martes, 7 de octubre de 2008

NUESTRO MARCHOLO

Un problema, una pregunta, una petición, un secreto.

Veinticinco años en el Perú y no se le quita el dejo. Cigarrillo y negra coca, par de talismanes previos de salir al aire. Marcelo Oxenford se auto califica como un tipo sencillo, por lo que el siguiente texto que están a punto de leer –si quieren- no tendrá palabras rebuscadas y mucho menos difíciles. Una sola pregunta que derivó a quince minutos de muchas respuestas. Con la batería de la grabadora agotada, el actor, y ahora animador, siguió impartiendo cátedra de la naturalidad mal vista de ser un famoso sin nube. De lunes a viernes, conduce un programa sorteo por señal abierta a las nueve de la noche. Y hoy, regala un auto.


111

Problemón: ha concedido tantas entrevistas en su vida y tenido que contestar siempre las mismas fatídicas preguntas, que a uno no se le ocurre ya qué averiguar. Llegó la hora de comprobar la vieja tara de que todo argentino es un león. A domar se ha dicho o, al menos, a no dejarme engullir. Un látigo imaginario en la diestra y una silla a mi siniestra. Solo por precaución, por qué luego tengo que desvelarme a redactar.

Jamás hablamos sobre su vida, ni de alguna historia en particular. Sin embargo, me veo en la esclarecedora obligación de informarles quién es o qué ha hecho o qué hace. Solo para los que difícilmente no lo hallen o para los que no tengan televisor: Apellido de universidad europea, Oxenford; nombre de galán, Marcelo. Casado con su trabajo y la actriz Ivonne Frayssinet. Lo divorciaron siete veces. Una hija. Dueño de una filmografía con 13 series nacionales dentro. Número de veces que aparece como titular en Google, más de 160. Anima también.

Esperando impaciente, recostado sobre un auto del parking, me limito a esperar. Lo diviso. Métanme a la jaula. Me acerco. Luisa, mi nexo, nos presenta. “Roy Flores, mucho gusto”. Un apretón de manos bastante conciliador. No fue tan malo, aunque ya me habían dicho lo contrario. Pedimos unos minutos para hacerle unas preguntas, las que hasta el momento no tenía idea de cuáles serían.

Lo abordamos en la cafeta del studio, desde donde se transmite el programa en vivo. Falta una hora. Conversa con una pareja que sostiene a su pequeño en brazos. Con la sonrisa pelada, nos pide solo diez minutos, está atendiéndolos, luego sería nuestro turno. Perfecto, más tiempo para pensar. De forma calculada nos arrimados a un costado, pedimos un té y un pan con perro (caliente). Hot-dog. Kilométrica merienda. El Empire State en su versión baguette.

Mientras pensamos si comerlo o no, mi oído se va con el actor. Tampoco es mucho esfuerzo, solo estamos a un metro. Repito lo de calculada: arma de oficio, maña de reporteo, herencia de metiche. Terminaron los diez minutos, se escapa. A dónde va. Tal parece que olvidó nuestra presencia. Roche. Cruza entre los autos mal estacionados dirigiéndose a su camerino. El locutor en off del programa lo acompaña. Abrazo de colegas. Se van riendo de un chiste que solo ellos conocen.

Salto largo. Son varios pies que me separan de escribir algo decente y real o de inventar un cuento con aire de guión. Comenzamos. “¡Señor Marcelo, se olvida de mí!”. Levanta la mano derecha, llevándosela a la frente, mientras lanza un largo “Oh” lleno de olvido. “Vení, vení, vení. Vamos adentro”. Nos internamos en sus dominios, mientras el criollo Pepe Vázquez -en calidad de juez- lanza su veredicto a un ilusionado aspirante a cantante pro. Es el show que se transmite en el hangar de al lado. Bulla de mundial.

Pretende entrar a la habitación de costumbre. Se desconcierta. Reubicado, no muy lejos, solo es la puerta contigua. Una estrella impresa sobre un A4 blanco dice su nombre. Me invita a ingresar. Hasta ese entonces imaginé un espacio solo de él, donde los posters y fotos del animador pintaran las paredes con esa onda de trajes, espejos, divanes, luces, caramelos e incienso. Se abre el portal y, caramba, creo que nos equivocamos recinto. “Pasá, pasá”.

Se llevaron las ventanas. Cuatro metros del muro más lejano al otro, y dos y medio en los otros dos, no lo hacen precisamente el lugar más idóneo para estirarse a plenitud. Paredes color naranja desganado no ayudan mucho a la ausencia de luz natural; nueve bombillas de mil vatios contrarrestan el fenómeno, buena con el bronceado. Un sillón verde limón, los de una pieza, resalta en la destemplada habitación al igual que el sol lo haría en medio de la noche. Sillas blancas. Desastre. No le gusta. Inmediatamente, haciendo un escándalo irrisorio (todo en broma) exige las negras. ¿Cábala? ¿O exigencia del divo que no se considera?

Allá voy, sino me caigo. Lo amenazo con la grabadora. Rec. Dos puntos. Primera pregunta -y la única-: ¿Cuál es la pregunta que nunca le han hecho? Respuesta: “Que si gané un concurso como actor (previo suspiro y mirada lateral izquierda, como usualmente hacemos para recordar). Obtuve un premio en Bertoloto como revelación en 1991. Y, bueno, me declararon ciudadano ilustre de Huancacho. Después todas son las mismas preguntas. Que cuándo empecé. Que cuándo chegué a Perú. Que cuántos hijos tengo. Que cuántas novelas he hecho. Que cuántas obras. Como estoy casado con Ivonne lo saben todo”. Lo detesta. Reporterito salvado.

Afuera lo ví con una pareja. “Vienen a pedirme un apocho, su hijito está mal, le han salido unas ampochas en el cuerpo”. ¡Ah! Amigo suyo. “No, no. Quieren concursar, pero no pueden por el tema de las chamadas (requisito indispensable para ser participante). Lo derivé con un médico sensacional –ese sí es su amigo- en un hospital del Cachao (Callao, por seacaso) que lo va a atender mañana”. Entonces usualmente le piden ayuda de ese tipo. “Plata me ha pedido 75 mil veces”. Y de las 75 mil cuántas ha dado. “Yo realmente achudo cuándo veo que el tema es verdad. Eso de venir a pedirte dinero en la cache no va. Después el hijo es alquilado y, en fin… (Hace un alto para pensar, me mira mientras decide que dirá). A mi realmente no me gusta hablar de lo que hago. No me gusta decir: mi plata esto, mi plata lo otro”. Claro, jamás hemos visto a un Marcelo Oxenford haciéndola de Papa Noel en las cuatro estaciones del año. “Te voy a explicar porqué, es muy sencicho. (A continuación aterriza la frase a chorro que enmarca toda la tertulia y por lo que veo, la ha repetido infinitas veces). La televisión es un medio de trabajo, pero no sirve para que te catapulten como el benefactor y el filántropo del universo.” ¡Ouch! Amén.

Las tiene claras. Obvio, las debe tener. Hace tiempo trabajó con una casa hogar sin nombre -demasiado dato-. Ayudaba con pañales, TV Cable, entre otras cosas. Lo que podía. Advirtió, cual penitencia directa, a la monja de cabeza, el tener la discreción sepulcral de una confesión cristiana. “El día que se enteren de lo que hago, se acaba todo”. Religiosa condición, la única para seguir ayudando era marginar a la prensa, chichera y amarilla, del hecho. Incluso a los aplausos y agradecimientos tercerizados de extraños. Yo puedo prometer quedarme callado, digo. Resucita un indignante evento para él: “Un actor muy –pero muy- conocido chegó a la misma casa con un televisor 32 pulgadas y dos cámaras de televisión. El tipo que hace publicidad de lo que regala es publicidad para él”.

Irónico resulta escribir sobre una suerte de secreto mesurado. Usualmente éste tipo de pepas (noticias, en el argot periodístico), no las lanza cual maíz perla a las ratas con alones que solemos ser los reporteros. Pero ojo, esto no es una entrevista con sus ocho letras, repetidas dos. Antes que nada y después de mucho, resulta ser un par de tragos sin alcohol –y sin trago-. Es como escribir una crónica fabulosa, llena de magia blanca encantadora; sin embargo, jamás mostrarla. ¿Y ahora a quién le doy de leer mi chamba? No pues Marcelo, nunca tanto.

Dispara un agregado, respondiendo a mi incógnita existencial: “Te lo cuento por qué vos me lo preguntaste (chinche), además sé que es un trabajo de la universidad. De otro modo, no te hubiera dicho nada”. Cierto don Marce, estaríamos mirando las moscas que no hay. Perfecta táctica. De aquí a treinta años podría seguir fungiendo que aún poseo el carnet de medio pasaje. Dudo tener la pinta que mi contertulio.

Otra cosa: Farándula. “Considero que el teatro y la televisión es una chamba, como el microbusero, como el reportero (gracias), como el médico. El hecho que te haga más popular es una cosa. Cho no voy a ir a Hollywood, así que no voy a ser un Robert De Niro y un Brad Pitt”. Inclina las cejas hacia atrás, mientras mueve la cabeza hacia el hombro izquierdo elevándolo. Comunicación No Verbal. Se ve honesto.

Me imagino que hubo algún declive. “En el 2003 fue un pandemonio. Tuve la mala suerte de trabajar con los Crousichat. (Crousillat. Desconocía las jugarretas de palo y astilla). Cuándo fueron descubiertos, a todos nos involucraron con echos”. Año sabático obligado. No tablas, no cámaras, no calle. Me estás cargando Marcelo. “Hice algunos trabajos de Marketing (marketero, ni por acá), un poco de consultoría. Dicté tacheres de teatro en Huancacho (ahora sabemos lo de ciudadano ilustre), Arequipa, Chimbote, Trujicho. Institutos en su mayoría.” Avisito en el diario. Propuesta. Atracamos con usted.

(Sin tocar, con el loco de la producción televisiva por dentro, entra Dafne, asistenta de dirección). Viene, presurosa, entregando el vestuario de la noche. Un traje gris que brilla como platino con líneas blanca verticales –esos de magnate novelero- y camisa palo rosa. Gangster gaucho. “Vení, vení, vení”. Pregunta con preocupación por el broche averiado del pantalón. Ella, olvidadiza, con cara de “sorry”, vuela a través del pasillo esmeralda. No sin antes recibir el adiestramiento preciso del don. También es costurero.

Cierro la puerta. Sigamos: fama. Ya parece esto un cadáver exquisito. “Famosos, famosos, aquí en el Perú, pues, solo Gisela (la Señito) y Christian Meier (el Zorro). Si salen a la puerta los pueden abrazar y apretujar, pero nada más. ¡En Argentina te matan!”. Quédese aquí, lo necesitamos vivo, coleando y regalando. Una duda, quiero saber si es conocido en la tierra ‘del Diego’, su tierra. En medio de una risa burlesca, me responde un sincero NO. “Por achí que en Miami puede que sí, las novelas se envían para achá, pero en Argentina no”. Por 1987 tuvo el protagonista en Buenos Aires, su casa. (En este punto habría que describir un poco sobre el nombre, el corte de estas, ustedes saben, cosas por el estilo, pero se me pasó). Luego se repartió como actor de reparto.

Una vez le preguntaron si se sentía famoso. “Pelotas” -ese fui yo-. “¡Famoso de qué! (¿No digo?) Si fuese famoso no solo sería algo conocido en Miami, sino que tendría una casa en Santa María, un Mercedes Benz y un guardaespaldas. Famoso de qué”. Ahora siento que la única pregunta que le hice fue la más certera. Quizá con otras, hubiera necesitado ese látigo defensor y la silla. Aunque terminé sentándome sobre ella y atando respuestas.

(Vuelve Dafne). Zurcida lista, él inspecciona. Turú-rurú-rurú. Tararea una melodía al aire con el sosiego de un chino cortando su bonsái. Relax. Manda llamar al mago del programa, tienen que explicarle los trucos con que los participantes retarán a la suerte. De otro modo, él quedaría alelado a nivel nacional. Antes de despedirme, como si fuese el embajador del estilo, le recomiendo decorar un poco el lugar. “Más tarde me traen unas cosas. Utensilios míos de trabajo. ¿Quién me puso esto acá?”. Refiriéndose a los tres cubitos hermafroditas que tiene sobre el ribete. No sabe que son. Me neither.

Se lo agradezco y me voy, consternado y satisfecho, con la grata sorpresa de encontrarme a un peruano que sigue pintando sus palabras de celeste y blanco, que vive sencillo como su camerino, que actúa sin las necedades de Stanislavsky, que anima con la fortuna de un maestro deslenguado y que siente como cualquier humano siente, pero él nunca lo dirá. Solo una petición para los que lleguen a ingerir esto: Top Secret, no leyeron nada. Sino, no les escribo más.