martes, 30 de septiembre de 2008

DE EMPORIO A IMPERIO

La Constantinopla más añil de Lima nos pone el mundo a los pies y muestra que el aire acondicionado en los pasillos es lo de menos. Polvos Azules, donde las cuatro “P” del Marketing tienen otro significado: pirata, piraña, pendejo y pandemonio.

La última vez que teñí mi vista de azulino, rondando estos lares, mi menesteroso presupuesto no me permitió comprar un minimalista reloj de pared que iba de acuerdo con la temática de mi departamento. Entiéndase minimalista por simple, o sea, no hay mucho o casi nada. Era un pedazo pulido de madera oscura con piezas metálicas. Los números distribuidos en dos grupos: del 1 al 6 y del 7 al 12. Cada uno en media luna con distinta tipografía. Yuca hasta para describir. A quién se atreviera a ver la hora se le iría el tiempo. Yo quería atreverme.

Con los Fenicios aquí se vendería hasta el alma -y a buen precio-. Arquitectura de doble entrada y tres pisos, suficiente para invocar al espíritu derrochador que nos posee cada fin de mes. Sin duda, convierte a cualquiera en súbdito irremediable de posesa tentación. La monarquía se vuelve popular, reyes por doquier: del CD, del jean, del zapato, del vestido, del reloj, del libro, del perfume, del juguete, del porno.

No hay carritos y tampoco asesores. Irrelevante. Unos compran, otros venden, algunos preguntan, todos van y vienen. Se percibe un ruido en el ambiente: una mezcla de salsa, cumbia, balada y regateo. Por internarse en tremenda aventura, Indiana Jones cambiaría su veintiúnico sombrero. Y que, a manera de dato, venden unos igualitos en el pasaje 33. Mi misión es otra. No recuerdo ni el lugar exacto, pero te buscaré. Hoy vine a llevarte, relojito.

PRIMERA “P”

“El que nunca ha comprado pirata, que tire el primer DVD”, frase que resume el apoyo desmesurado a la gracia ahorrativa de vivir en el Perú. Gracias Jaime Bedoya, por ser periodista y encima peruano. Gracias. Viejo y diablo.

La doctora Polo y Laura Bozzo, a tres cincuenta cada una. Si tremendas baronesas supieran que rematan toda la saga de sus quickly juicios y ‘talk-plops’ dentro de un Princo, necesitaría cambiar sus sets de TV por el nuevo estadio de Beijing -en su versión “Nido de Pájaro”- para juzgar a medio pueblo. Pero no. Jamás se enterarán. Punto a favor. Caso cerrado. Qué pase el amante.

Exactamente lo mismo ocurre con Univisión y TV Azteca. Imposible que no exista telellorona noventera o producción lacrimal que no se encuentre en sus parvas de catálogos plastificados. Cuna de lobos. Quiceañera. Dos mujeres un camino (con todo y trailer). Corazón salvaje. Rubí, aplastando corazones con sus altos tacones. El Premio Mayor. La siempre espontánea Luz Clarita. La trilogía de las Marías: María Mercedes, Marimar y –sellando- María la del Barrio (costeñita y pepenada). Incluso la maestra Jimena sometida, por unos ripios, a las fantasías de esos niños que ahora cruzan los veinticinco.

Hace poco me quede sin Cable, los veinte soles que entregué como único pago por ochos meses de éste, me malacostumbraron a consumir la última tendencia en series gringas. Para cuándo el Operativo Duna tocó mi puerta, yo ya no podía dejar pasar un día sin ver al trastornado Dr. House, a super Clark en Villa Chica, a la blonda de Nip Tuck, ni a las genialidades caóticas de Homero.

¡Eureka! Por cincuenta soles, los que no quiero gastar, puedo llevarme todas las temporadas de cualquiera. Pepe Grillo, en voz confío. Devuelta al vicio. Excepto a los Simpsons, que son ahora considerados parte de la literatura contemporánea. Sus diecinueve años de creación pesan unos dos kilos, serían uno doscientos soles. Me gané una deuda mental. Esperaré a fin de mes. Estamos seis.

Mario Bross en su High Race se pasea maniobrando por los recovecos del hormiguero. Me lo crucé siete veces, conduciendo su auto que expiraba un fuego endemoniado que salía del afiche. Gran demanda para el chato. Castlevanía, Final Fantasy, Metal Gear, Crash, Tekken y más juegos de FIFA que peloteros en el mundo. De todo para el Play Station. Memorias y mandos, también.

Qué buena canción. Un segundo, esa la toca. No. Es, tampoco. Aproximándome a la señorita, me retiene un extraño miedo por su facha de gótica metalera con alegría de emo. Llego. Le falta un ojo. En pro por salir de la duda, pregunto, y ella, masticando su chicle, haciendo un globo que no le sale, asienta la cabeza. Es Helloween. Un grupete de la promoción de Gannaray, Alextrez, Exodo y Kind Diamond. Batería pura. Música para exorcizarse, hacer piques o ahuyentar a cualquier ser indeseable de los dominios territoriales de tu habitación. A mí me resultó. Los sonidos que necesites ahora o en la noche o el viernes o en ese viaje: aquí.

Melancólicos con Bon Jovi, felices con Bacilos, irascibles con Metallica, incomprendidos con Panda, positivos con Diego Torres, peñeros con Lucha Reyes, relajados con Enya, extasiados con The Killers, pensativos con Arjona, o empilados con Tongo. La pegada se siente mejor con sonido ‘turbo stereo digital power’. Escoge, escucha, estornuda, entrega unas monedas a cambio y ya saltaste todos los impuestos que los derechos de autor exigen. Cuatro por diez. Uno que otro con cancionero.

Las melodías de tu historia -y la mía- en caja o bolsita. De todo, incluso las futuras toneras 2010. Calata de rigor, básico. ¿Disco rayado? No pasa nada. A pocos metros, la Asociación Peruana de Autores y Compositores (APDAYC), tiene instalado una silla con un letrero. “Exige tu pirata original”, parece decir.

Antes de pasar a la siguiente sección, me hostiga la necesidad compulsiva de llevarme algo de este racimo musical. No importa regresar a pie. Escudriño en mi canguro, solo encuentro dos miserables monedas de sol, el intocable billete y un recibo botiquero por comprar pastillas. Maldita alergia. Maldita humedad. Comienza el desánimo. Solo una ñizca en discos. Un par de gemas más para esa torre de piratería personal que con tanto orgullo cuido. Pepe Grillo dónde estás. Me llevé a André Rieu in Wonderland y a la doctora Polo. Y hasta ahora no los veo.

SEGUNDA “P”

Pantalón del Chavo. Un enfurecido dragón que emerge de la basta hasta la entrepierna, atravesando la franja naranja y la red. Polera encapuchada de líneas horizontales azules con blanco. Polar hasta en verano. Las mangas sobrepasando el dedo anular. Zapatillas blancas ‘Niki’ de proporciones transatlánticas. Sin medias. Mucha marca, poco rostro. Gorrita. Un andar signado por el arrastre de suela. La “CH” como fonema básico del habla. Mechón oxigenado. Te miro, qué miras, te pongo. Ya ‘fuistes’.

Errático, destella el esplendor de un personaje perdido en el desahucie. Un brillo opaco que repele cualquier saludo y hasta una cambiada de acera. Un concepto tan arraigado en el occipital, que yo también me doy una vueltaza para no pasar por la cuadra de graffitis. Esa es la primerísima idea de piraña. Al menos en nuestro rojiblanco país. Para el resto del mundo: un simple pecesillo amazónico con mucha caries. Aprovecho para agradecer a Hollywood por regalarnos esa imagen.


Dentro de las callejas de Polvos Azules, la idea es casi la misma. Aunque la experiencia de haber planeado varias veces sobre sus convulsas ofertas, agregándole la interpretación de esos rostros satisfechos, me hacen dar por valedero -una vez más- que ‘lo bueno’ no solo se vende en una tienda por departamento. Monos que no se atreven a dejar esa investidura burgués que no poseen y que, sin embargo, tratan de ostentar.

Relajado, sentado junto a una chimuela cacera, le compro un Sorrento. Mi preferido. Pongo un pie sobre el asiento de losa y un brazo sobre el mismo. Observo. Sin mucho esfuerzo, lo noto, es un imperio policlasista. Cualquiera que se considere de gran abolengo y tenga el extraño recelo de pisar sus tierras, debería pensarlo dos veces.

No soy dueño de un puesto. Tampoco vengo seguido. No pretendo promocionarla. Solo conozco unos cuantos apócrifos points que son la verdadera salvación para mi. Tres vericuetos que proveen mis necesidades absurdas y uno que otro deseo social. Okey. Lo diré: un taciturno cincuentón que vende libros caletas, una descuajeringada muchacha que consigue música de otra galaxia y un infiltrado tipo que no sé de dónde saca películas que aún se están rodando. Locón.

El resultado de esta “P” es una invitación a un prejuicio liberado. O más de uno. No se respira fresco; al contrario, en épocas de Belén -y otras fiestas- puede ser más que claustrofóbico. En la tiendita verde o negra no es tan distinto. Los cuerpos adosados y en hilera también estarán. Quizá esas luces dicroicas llamen más la atención que los fluorescentes sin protector.

Los hallazgos que nunca acaban: celulares, celulares desbloqueados, celulares a pedido. Gafas, gafas nacionales, gafas extranjeras, gafas a pedido. Zapatillas, zapatillas ‘de marca’, zapatillas sin marca, y a pedido también. Ropa exageradamente chick, si te gusta la peliculina. Y si te afana el reggaetón, por ochenta soles puedes lucir igual que cualquier boricua lleno de flow y mucho blim blim. Elegante con la ‘guayante’.

Tengo que salir de aquí antes de que consiga a ese Fenicio comprador de almas y negociemos la mía. Hay miles en E-Bay. Empiezo a perder la fe en mi misión. Me provoca otro Sorrento, la cajita está dieciocho soles, vienen veinte. Pepe Grillo, no me falles. Está bien. Solo una para el mes. Cruzo la pileta, salto tres escalones, huyo. Volteo y miro de soslayo, la parca consumista me viene siguiendo. La arrastran cuatro caballos de descuento. Sudo. Entro de costado a un colorido pasaje. Me agazapo. Mismo comercial de desodorante. Te gané Bárbara Blair.

¡Stop! Rebobinando la triatlón, acabo de ver a la mujer más perfecta del hemisferio, pero no habla. Gran problema. El maniquí más escultural de mi vida. Piernas como rascacielos, piel de recién nacido, cuello largo, peinado Monroe, una figura de reloj de arena, bellos y bronceados ojos copa D. Recontra tiesa. Estoy mal, confirmo que este lugar me afecta. Cincuenta metros de bikinis, bañadores, sudaderas, tops, hilos y más hilos. Paraíso matriarcal.

Toneladas para ellas, demasiado para nosotros. Para las Bond, para las cosmopolitas, para la fitness, para las malas, para las desenfado, para las yuppies, para las indi, para las Yankee, para las destructoras de billeteras, para las fatales, para las TNT, para las indecisas, para las buena gente, para todas. Pobre Carolina Herrera, si supiera.

TERCERA “P”

Siendo chicos, nos debe haber encantado un juguete en especial. El que llevábamos a la ducha, al paseo del cole, a la casa de tu tía y a misa. No necesariamente fue el más caro. Haz memoria. Casi todos hemos tenido la pesadilla chonguera de peregrinar, toda una tarde, buscando un variopinto plástico para un primarioso infante. “Ya! Este! Ta’ bacán! Se acabó!”. Regalazo. Tres pares de pilas rechonchas para que avance. Espectacular. Mejor me lo quedo y regalo otra cosa. Tanta bola para dar buena imagen con los papás y el resto de la familia, y que al final lo ‘chotee’ por un mediocre trompito.

Viajemos unos diez, veinte, treinta años atrás. O los que quieras, depende de tu vigencia. La pregunta es en dónde habrá quedado nuestro toy de cabecera. Tu mamá lo sepultó con tanta vehemencia, por no decir demencia, que olvidó contar los pasos y poner un aspa con rojo. Lo guardó tan bien, para tenerlo de recuerdo, que encontrar un nuevo Tutankamón sería más fácil.

Se acabó la frustración, boten esa pala. De un vitrinazo encuentro a Optimus Prime tras un mostrador, a Megatrón también. Los Autobots y los Gobots juntos. A los Playmobil y al anticriptónico Superman de refilón. Los G.I. Joe en posición de embiste. A los Caballero del Zodiaco con todo y séptimo sentido. La manchita completa de la Marvel con Spirderman y su peligrosa tela de araña de hilo canuto. Ídolo. Los Jedi con su nuevo centro de comando (ni el carismático Chávez). Hasta R2D2 -‘Arturito’ para el buen entendedor- se quedó sin trabajo y lo rematan por sesenta soles como tacho. El basurero más tecnológico del país.

Los muñequitos de Hi-Man y todos los amos del universo. Puro héroe en tanga. Creo que, a partir de cierta edad, es mejor no volver a revisar los íconos de la niñez, podría conllevarnos a una tertulia intrapersonal bastante confusa. En realidad la oferta es ligeramente machista. Son más las cosas que se ofrecen para el mercado infantil masculino, que para ellas. Sorry chicas. No es tan fácil encontrar un Chichobelo, un Sweet Blondy o una Fresita.

Aún conservo algunas cosillas de mi chiquititud. Tengo un personaje del Comando Cobra, un caballito de madera, varias espadas luminosas, pero me falta un avión. ¡Grillooo!. Ya caminé bastante y no encuentro la tienda por la que vine. El desaire comienza a recordármelo. Digamos que quiero ofrecerle algo de entretenimiento a mi sobrino en cada una de sus intempestivas visitas. Sí cuñao -y yo me llamo Leono-. Me da el Megatrón por favor. Son quince mangos. Gracias, su cambio.

Astroidiota. Qué hago gastando diez soles cada cierto tiempo en este huacháfo corte de cabello, si por la mitad aquí le incluyen masajes y, además, entregan una gaseosa mediana o un paquete de galletas. Las que el cliente elija. Por un segundo, imagino a Marco Antonio obsequiando unas Margaritas: “Gracias, vuelva pronto”.

Amarillo y floral, así recibe a sus acérrimos este Unisex de dos por tres metros. Un espejo, una silla. Si lo miramos desde un ángulo ‘marketero’, exclusividad al tope máximo. Mientras ojeo las ‘Beverlihillianas’ revistas sobre la repisa, Kharla, la encargada (sí, con “h”), me dice que solo hay dos puntos que se dedican a hacer milagros capilares a lo largo de todo el azulado territorio. Separados ambos. De repente les otorga cierto aire a monopolio sectorial. Es tarde, me voy. Dejo de ver los cortes de Salvado por la Campana y Miami Vice. Fugo

Son casi las siete de la noche, después de tres horas, misio y cansado, decido partir. No sin antes visitar los últimos pasadizos del culto a la naturalidad. La bonanza y buenaventura del hombre y la mujer en su belleza absoluta. A media puerta abierta -o cerrada-: las mejores porno de la capital. El túnel color carne más sediento de esta aldea comercial. Área parroquial. Y yo buscando a Cipriani. Señores, jóvenes y adolescentes, revisan las portadas en actitud silente, como quien revisa un pasaje de Deuteronomio. Con ellos no es.

Valentino. Así se llama el más reciente éxito de Producciones Elastic. Es la historia de un tímida chica que decide encontrar el amor en manos de un hombre malgeniado. Él le paga mal, ella decide huir. Dije chica, sí. Pues es ese el detalle. Y tiene nombre de varón, como Simón -el de la salsa-. Vaya sorpresón. Me la recomiendan. Esquivo la propuesta improvisando: “¿Hasta qué hora está abierto?”.

La pela extranjera paga más; sin embargo, las nacionales fácilmente podrían aspirar al Oscar. 4Assholes también pasa por mis ojos. Sale a cuatro luquitas. Qué cara tendré, que el encarnizado vendedor tiene la plena seguridad de que logrará endosarme una. No puedo. Ya me compré a la doctora.

CUARTA “P”

Pepe Grillo me abandonaste, te lo agradezco. Llevo en mi mochila inocua libreta espiral, diabética caja de chocolates y vengativo Decepticon. Diente pelados, sonrisa brillante. Feliz. De todas formas el bendito objetico (me puse Venezolano) ya debe estar en alguna pared desmerecida. Y sigo raudo.

La verdad que con todo el mundo resumido en un solo lugar, entran ganas libidinosas de trabajar como asno sin reclamo. Juntar la quincena y el treinta, y, sin compasión, desmesuradamente arremeter contra el buen ahorro y los consejos de banca. Hasta Salvador del Solar viniendo después de grabar el comercial.

Ha dejado de ser ese “chicha” centro comercial de clientela popular para convertirse en una oda a la descentralización cultural. Comenzó con don Gaspar de los Reyes, un emprendedor que descubrió la fórmula mágica para teñir de azul el cuero de cabra, allá por 1570. El Jirón Santa, a media cuadra de la Plaza Mayor, empezó a ser conocida como la calle de los polvos azules. Los ambulantes que sobrevivían en sus grises veredas incrementaron su número.

Para 1981 eran demasiadas sardinas en una estrecha lata de cemento. Plan reubicación, todos en filita. El alcalde Orrego quería recuperar el Centro de Lima, por decreto de alcaldía 110, los envió con todo y nombre a su actual fuerte. Más de 3,200. Actualmente dominan las llanuras mentales de lo barato, universal, extraño y limeño. Comenzó con la necesidad por vender y surgir; ahora la necesidad es nuestra, por comprar y vivir.

Hipotálamo activado. Comprar, comprar, comprar. Las negativas son imposibles ante esta mole de derroche. Acabo de escuchar a una barriunta dama prometer a su pequeño el traerlo en su cumpleaños. ¿Walt Disney? Qué Walt Disney. ¡Polvos! Hasta premio por buena conducta y cumplimiento de tareas. Ojalá que cuando venga a cumplir su promesa, no lo traiga solo para ver. Lo digo por experiencia, un tema de frustración personal.

Pregunto por la salida, no me ubico bien. Sin energía, me limito a un andar parsimonioso. Llevo puestas unas sandalias que terminaron por horadarme el talón izquierdo. Exit, exit, exit. Nada. Dónde estás puertita del infierno, déjame salir de este pandemonio –tu capital-. Ya me entró el hambre. Un sangüchito, no hay solvencia. Mejor le rezo. San Guchito, muéstrame el camino.

Oración atendida. Por fin, el escape a la salvación a pocos metros de mi saciada existencia. En calidad de ‘cronireportero’, una mezcla de cronista y lo obvio, miro a ambos lados con la idea de empaparme -un poco más- de los detalles que posiblemente escaparon a mi percepción (mientras mantengo la sensación de haber hecho una excelente inversión). A veces me salen versos sin esfuerzo. Irónico, en esta última no rimó nada.

Tic, tac. Tic, tac. Muero, mato, atropello, quemo, descuartizo, corto, sableo, despedazo. De pronto soy otro. Que alguien me pase una pistola. Encontré la tienda perdida y allí estaba, exacto y marrón. Literalmente, dando la hora.

Coche Subaru.

martes, 2 de septiembre de 2008

CIUDAD DE LOS REYES, CIUDAD DE LAS RUEDAS

Dejar tu suerte en las manos de quién está al volante o tener la suerte de tener un volante en donde poner las manos, supone siempre un círculo que desemboca en la misma historia. El tráfico en Lima no sólo es un problema de municipio, es un problema de iniciativa. -Y acción-.

REY DEL SENCILLO

‘La hora del lonchesito’ solo es buena si estás sentado, pero en casa. Esos treinta centímetros de ancho por veinte de largo, exagerando, no son precisamente el mejor lugar para disfrutar de un café y una tostada. Te distraes leyendo las inscripciones en liquid paper sobre el respaldar del asiento de adelante, alguna crazy people que perdió la cordura al verse envejecer en las pistas de la capital. El cobrador menciona todos los nombres de cuanto precursor, mártir, santo o General haya tenido que ver en la historia del país. Sin embargo, tu esquina jamás llega.

El transporte urbano es ahora el antihéroe embrollado de la libertad de desplazamiento. Se parece a esa gripe crónica que siempre vuelve por los meses de agosto, en pleno húmedo auge de la naturaleza. Empezó robando el tiempo y luego la paciencia, y es precisamente nuestro tiempo y nuestra paciencia las que se nos arrebata.

No existe mortal alguno que haya utilizado una custer o ‘micro’ –con tos de helicóptero- en la última semana y que desconozca la situación poco favorable de la jauría vehicular limeña. Nadie necesita un cartón enmarcado en la entrada de su casa que avale ser un conocedor integral de los sistemas de transporte y comunicaciones para darse cuenta de la tortuga que debemos afrontar. Semejante congestionamiento -gracias gripe- no se puede curar con un ‘DayPass’ y un ‘NayPass’, haciendo alusión a esas pepitas milagrosas que nos recomiendan en pro del alivio inmediato. Y no es cherry.

Vivimos la consecuencia tardía, incluso lógica e inevitable, de un descuido pasado. A comienzos de la década de los noventa, el desempleo aumentó olímpicamente debido al ímpetu de una joven gestión presidencial. La provincias empezaron a perder ciudadanía por la migración desesperada e ilusionada de muchos en busca de una mejor subsistencia -porque decir vida sería demasiado-. Encontraron una excelente oportunidad incluyéndose en el lucrativo negocio del transporte público. En consecuencia, el número de líneas dedicadas al servicio aumentó en la misma medida de aquella esperanza de desarrollo.

Casi dieciocho años después –¡Hello!- tenemos un 40% de sobreoferta en el rubro, lo que equivale a decir que gozamos de 40% menos espacio para transitar o torear los autos que nos embisten cual tradicional fiesta española. Incluso de 40% menos tiempo para pisar el freno y hasta 40% menos probabilidades de salvarnos de algún nefasto accidente.

Mientras intentas atravesar la jungla de gente ‘ensardinada’, colgándote de las lianas de acero y al mismo tiempo salvaguardando tu intimidad, recuerda que la educación vial existe. Probablemente no puedas adicionarle un nuevo by pass a cada cuadra de la ciudad, de todos modos solo reducen el tiempo de los semáforos y no el exceso de vehículos circulando, pero exigir un poco de sensatez al Meteoro del volante es lo mínimo que podemos hacer desde aquí. Ya llegaste a la puerta, tienes que bajar en medio de la pista y correr a buen recaudo. Pie derecho. Baja en la esquina.

REY DEL SEDÁN

El pitazo final de un clásico nunca será tan castrante como el de una Fénix. Volteas para ver si fue para ti, por suerte no, tus hijos pueden seguir revoloteando en el asiento de atrás y tú, podrido y hongueado, mirando el ojiverde semáforo, no puedes avanzar porque a alguien se le ocurrió estacionarse en pleno carril para desembarcar pasajeros. Ves cómo corren hacia la vereda, giras por la izquierda y te vas saludando a su progenitora con la sangre bullida. Libre y menos estresado, antes de cruzar, el alto amarillo vuelve a guiñar, esta vez, de rojo. Qué pena.

La casa propia es un sueño, a veces tan grande o igual que el auto personal. Tener uno es, sin duda, una ventaja bastante considerable. Tener dos o tres, aun más. Se llega a disponer de una comodidad que resulta bastante placentera y hasta pomposa, si se quiere. Sin embargo, sacarlo a pasear en las primeras horas del día y las últimas de la tarde, justo cuando más lo requerimos, puede desembocar en una peligrosa patología de autopista.

Aquí arranca, no tu motor, sino la lucha constante de mantener tu presión en normal equilibrio. Evitar que la yugular se vuelva más ancha que el cinturón de seguridad y que el hígado no termine como el air bag. Una vez más el tiempo no es un dios, sino un diablo, y cada auto encendido un maléfico ángel estacionado. Hacer uso del ingenio y disciplina para lograr una solución propia, como preferir caminar un poco algunos días, resultarían mejor que construir otro by pass, pero para nuestro corazón. Si todos pensaran igual -o mejor- algún día podríamos recordar el color del asfalto.

Desde hace más de un año, Lima dejó de ser aquella ciudad convulsionada por el tráfico para convertirse en la invadida por este. Las actividades municipales por darnos un mejor medio para transitar van al mismo paso que tratar de avanzar media cuadra entre Javier Prado y Arequipa. Precisamente una de las intersecciones que ofrece un poco de lívido adicional a tu recorrido.

Conocido cruce donde el número 69 siempre fue motivo de una sonrisa efímera -alegrona-, en este caso nos baja toda posibilidad de llegar al éxtasis absoluto. La cifre se repite y aunque suene incomprensible y hasta tonto, solo Lima y Callao concentraron el 69% de la totalidad del parque automotor en el Perú hasta hace dos años, hoy subió a 74%. Toda la parafernalia de ruedas y tuercas del territorio se concentra, en su mayoría, en la Ciudad de los Reyes. Y tú en tu fierrazo y yo en mi ‘Volocho’ somos parte de esa olla de canchita que no termina de crecer.

El semáforo ya está en verde y como eres el primero, das el inicio a la siguiente caravana. No chanques tu lata, la pintura se puede dañar y tus hijos terminar más dañados aún. Cuando tengan edad para conducir, quizá hereden la costumbre familiar que les inculcaste y se van a ver bien ridículos dándole de palmadas a la puerta que tú tanto conservaste. Tampoco contribuyas con la contaminación sonora abusando de la bocina, ojalá se quede afónica uno de estos días. Así como la de todos, incluso la mía.

Cruzas a la siguiente sala de espera, ese Amazonas lleno de hidrocarburo llamada avenida solo te permite ver a un tipo sentado, que, a diferencia tuya, no tiene un retrovisor propio, mas sí varios e-mails que anotar mientras va sentado en el Transformer de al lado. Aguantando la inmensidad de algún desconocido junto a su oreja, usurpando su espacio vital. ‘Apéguese’.

REY DEL DESQUICIO

El cuento es fácil de digerir, si eventualmente recordamos la mala leche que nos recorre a diario. Aunque, ponerle galletitas podría darle mejor sabor o, en todo caso, no sentirlo. Nuestras quejas funcionan como una cuasi denuncia interpersonal, pretendiendo involucrar a otros en esa tara de no hacer algo positivo por salir del pozo. Lo medular del caos vehicular no es solo un asunto de vías, el problema nos incluye más de lo que lloramos. Buscar la esencia que existe en la norma, sería obrar con certidumbre.

Tenemos un comportamiento acostumbrado a tercerizar las soluciones y,siendo honestos, mucha lágrima nos vuelve más defectuosos que los nuevos autos de la China. Casi imposible es no recordar aquella imagen del niño empotrado contra un parabrisas fungiendo de trapo -humano- puliendo y encerando en dos segundos, jugándosela al posible inconsciente de alguien que obtuvo su licencia para conducir en el Play Land Park. Una vez más, la educación vial se pone en neutro. Ni para atrás ni para adelante.

Actualmente, la Municipalidad de Lima está invirtiendo en la construcción de nuevas rutas de desahogo. El oxígeno fluirá más por las arterias. Por mencionar algunas, sin ningún orden prioritario, está el Metropolitano de Estación Central, mejoras en la avenida Venezuela, otra en Benavides y Universitaria, así como el Proyecto de Intercambio Vial: Panamericana Norte, avenida Eduardo de Habich y el puente Santa Anita. Es cierto, estamos rodeados de puro personaje, somos un directorio telefónico ‘patriosanto’. Un celular se vería bastante emblemático con semejante agenda.

Entonces, cada uno hace lo suyo de la mejor forma, entiéndase “mejor” como lo más razonable. ¿Te gusta la fruta? Perfecto, pero de refilón podrías abrir los ojos de ese comerciante y hacerle ver que se está robando la mitad de la calle. Quien sabe, quizá te obsequie un melón con sabor a gratitud. La actitud del sueco eterno de aquí a un tiempo nos haría leer otro guión como este y, a lo mejor, estaría lleno de nuevas leyes porque superamos al total Armageddon.

Ahora veo por la ventana los paneles luminosos de la berma central que muestran la hora. Confirmo mirando mi reloj. Una orquesta de bocinas con histeria interpreta el sound track de la impaciencia y yo me vuelvo de loco para arriba. Una pachanga disipa mi filo en lo posible: “Que levante la mano, quien no lloró un adiós”. Para nuestro caso: “Que levante la mano quien no llegó en microbús”. Un elocuente Dj de radio pretende emitir buena vibra, desconoce mi aura con color a desquicio. Se hace tarde. Te entiendo. Esta chatarra no tiene alas. Y mucho menos vuela.

-Corten. Se imprime-.