viernes, 12 de diciembre de 2008

PALUDISMO ESCRITO

La manifestación clínica típica del paludismo es el acceso palúdico: cada dos o tres días el paciente presenta escalofríos seguidos de fiebre alta, horas después comienza la sudoración abundante y se pone amarillo. En el Perú, la prensa sensacionalista es el mosquito Anopheles que se compra por unos ripios para dejarnos picar. Qué rico.

El Tío Sam de los ochenta, unía el rompecabezas que tiene por soberanía, los nexos: La Prensa Escrita (periodiquitos también). Los estados con mayor fuerza expresiva, económica y social, desenvainaban textos, afilaban notas, disparaban flashes, se lanzaban letras. Entre Washington y Nueva York no había kilómetros -o millas-, había sangre impresa.

Joseph Pulitzer, editor y dueño del New York World, hizo conocida la historia de un chico de calle, de cultura callejón -si se quiere-, escaso de modales, carente de dientes, enpijamado y pelón. Por hablar de historia, hasta se podría decir que fue de poco a poco que se hizo conocido; sin embargo, fue de mucho a mucho. Capturó, no solo la aceptación, sino la mente y la psiquis de los lectores que desencadenaron el bicho morboso que todos tenían dentro, pero que nadie daba por leído. The Yellow Kid o El Chico Amarillo, puso en on el maquinón industrial que manufactura catástrofes, choques, muerte, violación, mentiras y exageraciones a diario.

Llegó a nuestro país, como todo lo que se hace fuera. Lo modificamos, lo estructuramos a nuestro ritmo, lo hicimos tropical, le pusimos las fuentes que más nos gusta, dos estrellitas y un cupón. Un circo. Vendido. Cierto, un circo. Sin domador de redactores, sin lanza primicias verdaderas, sin hombres bala que apunten en la dirección correcta, sin equilibristas que sepan hacer lo suyo, eso, equilibrar los datos, contrastar información. Y mucho menos, sin un maestro de ceremonias que modere a sus acróbatas de la noticia.

Uno, dos, cuatro, seis ¿Qué sigue? ¡Ah! Nueve. A veces nos olvidamos de contar. La educación de nuestro país no es mala, solo que no se le presta atención. Exacto. No se le atiende en donde más se necesita. Pretendía enumerar las variables por las que la prensa amarilla se mantiene en pie y vive holgada. Let’s see.

Primero, la mamá le grita al hijo, lo maltrata, lo insulta, él crece frustrado: infancia dura. Segundo, el hijo se convierte en padre, casado maltrata a su esposa, ella decide huir: abandono de hogar. Tercero, la casa está desmantelada, una célula de la sociedad dejó de existir, son varias: destrucción familiar. Cuarto, son muchos los casos. ¿Cómo se llama la obra? Fácil: Mundo. Y son los desniveles desmedidos que la formación de cada individuo aporta para coronar al Perú con un primer lugar en el escalafón mundial de la creación de anticuerpos ante la educación. Claro, después del continente africano.

Mientras esta cadena mantenga cada eslabón unido, el truco de la noticia seguirá contagiando cada año, quizá lustro, década o más, a cada quién se deje infectar. Es cuestión de costumbre, probablemente de ambiente social, es lo mismo, igual, el círculo encierra a los mismos elementos. Están en red. Si únicamente se le atribuyera la culpa al sol por ‘amarillentar’ las páginas de los tabloides que cuelgan con ganchos en los kioscos esquineros, sería otro el cantar. Pero no. Demasiada pepa hasta para la prensa más chicha. Y la chicha es del Perú.

Salud. No olviden repelente.

martes, 18 de noviembre de 2008

QUERIDO BLOG

Lamparita a medio encender, una balada venosa de fondo, lapicero frutado, pijama, el corazón en la mano. Paso a paso, va evocando la escena que se adueñará está noche de esas páginas que fungen de confidente. Saca la lengua, lo piensa, sonríe. Y así, pasará los siguientes minutos en una catarsis emocional que terminará refugiándose bajo el tibio regazo de una almohada. Vaya, aquellos tiempos.

No ha pasado mucho desde que el diario era el psiquiatra más económico del pueblo. Se lo llenaba de anécdotas, lágrimas, felicidad y muchos secretos. Eso era. No por algo venía con un pequeño candado para colgar del cuello o esconder como la mejor gema patrimonial. Secretos. Pues sí, los más profundos y prohibidos, ninguna pupila era digna de leerlos. Dos mil ocho, todo cambió.

Hoy, podemos enterarnos de cualquier evento en la vida de los demás. Se ha vuelto irrelevante la calidad de sujeto público, uno mismo tiene la facilidad de elevarse o rebajarse -como quieran- al estado de pertenecer al qué dirán, a la comidilla. Clic aquí, clic allá. Listo. Y ya conocemos desde las vacunas que al vecino le faltan, hasta el número de romances que su hermana posee. Ahora, la tendencia de exponerlo es real, existe esa necesidad de sentirse una cuasi estrella y de hacerlo público.

Los blogs, abreviatura weblogs (cuadernos de bitácora), son diarios actualizados periódicamente, que ofrecen comentarios con poca o ninguna intervención de editores externos. Se suelen presentar como una serie de mensajes, anotaciones individuales con noticias o comentarios, por orden cronológico inverso. Muchas veces, los mensajes incluyen foto e hipervínculos a otras páginas que permiten a los comentaristas aprovechar el contenido de todo el ciberespacio. Pueden ser diarios personales (ya lo saben), análisis políticos, periodísticos, empresariales, tecnológicos, educativos, sobre nada o sobre mucho o todo junto. Un ‘cibershampoo’.

El acceso a la información se ha vuelto rápido y sencillo, pero, la difusión de la misma, se ha convertido en poderosa. Se puede derrumbar una marca y ensalzar un nombre en días, conseguir adeptos a una campaña, apoyar una causa, aprender. O por el contrario, como romper una tradición, vilipendiar un logro, exponer de la forma más burda y rastrera la imagen de cualquier individuo mortal. Se puede todo. Y los bloggers lo saben. Ellos son los administradores de buena, y a veces cuestionable, fe. Tienen la voluntad que comunicar a la sociedad en una suerte de periodismo ciudadano. La voz de los sin voz. Por dinero o hobbie, los blogs, hoy en día, son las herramientas con la mano de obra más sencilla de los procesos comunicativos digitales. En su mayoría, gratis.


Se han convertido -casi, casi- en un quinto poder que vigila a los medios convencionales. Con frecuencia, la velocidad de las reacciones de los bloggers obliga a los medios a corregir sus propios errores antes de que se propaguen. Utilizando a los weblogs, asimismo, como depósitos de información. Ofrecen contenidos de primera mano, sin filtro, ni colador. Las bitácoras proporcionan, incluso, análisis expertos y resúmenes de textos en otras lenguas (artículos de periódico o estudios oficiales) que, de otro modo, los periodistas y comentaristas no podrían leer o entender.

El gran mundo blog sirve también como barómetro. Juzgar si una noticia debe recibir más atención por parte de los medios de comunicación. Cuántas más bitácoras traten sobre un tema, más probabilidades hay de que la ‘blogosfera’ establezca la agenda de futuras informaciones y sintetice cuestiones complejas en los temas clave, así como dar pistas a los demás medios mediante las interacciones. Los bloggers pueden publicar reacciones ante acontecimientos políticos importantes sobre la marcha, antes que los medios y la velocidad les ayuda a corregir sus errores. Al toque. Cuando encuentran uno, pueden corregirlo o actualizarlo en segundos.

Para tener una idea de su fuerza, el día 21 de marzo de 2006 (dos días después de que EE.UU. iniciara su campaña impacto y pavor contra Irak) había el rumor, luego desmentido, de que el famoso primo de Sadam Husein, Alí Hasan al Majid, " Alí el Químico", había muerto en un bombardeo. Suena gracioso, pero casi el medio oriente “entero” optó por conectarse a la Red, en lugar de sintonizar las noticias en TV. Pues el gran titular era la repentina e inquietante desaparición de Salam Pax, también conocido como "El Blogguer de Bagdad".

Salam Pax era el seudónimo de un arquitecto de 29 años cuyo diario en Internet, lleno de observaciones sinceras e irónicas sobre la vida cotidiana en tiempo de guerra, le había convertido en una figura mundial. Famosito. Estuvo desaparecido durante tres días, no por culpa de los misiles de crucero estadounidenses, ni de los matones del partido Baaz, sino por dificultades técnicas. En los meses sucesivos, sus lectores se contaban por millones, a medida que sus relatos empezaron a citarse en The New York Times, la BBC y The Guardian. Si la primera guerra del Golfo dio a conocer al mundo el llamado efecto CNN, la segunda supone la puesta de largo de los blogs. Salam Pax fue el cronista más famoso durante el conflicto, más tarde, firmaría un contrato para convertir sus cuadernos virtuales en un libro y una película.

En el Perú, tuvimos el mismo efecto. Este año, la editorial Santillana lanzó, después de mucha insistencia, el libro de uno de los blogs más leídos del país. Busco Novia de Renato Cisneros, se ha convertido en el desfogue personal a la frustración constante sobre un individuo que vive a la intemperie de los desahucies emocionales y negaciones de la vida amorosa. Bastante adepto identificado. La antítesis paralela la tiene Alicia Bizzo, otra aceptada y recomendada escritora con su Busco Novio, quién lanza su libro en enero del siguiente año auspiciado por editorial Planeta.

Otro que alcanzó el éxito, monetariamente, es Arturo Goga. Periodista de 24 años que recibe un cheque mensual de 4,000 dólares por parte de Google Inc. Billetón, y empezó sin ánimos de lucro. Los tres lograron la popularidad dentro de un círculo o grupo, combinando la tecnología blog con sus propios conocimientos y especialidades. Al igual que ellos son muchas las personas que aportan a la construcción o destrucción del conocimiento. Ya sea por colaborar despreocupadamente o por fama, en su búsqueda interminable.

Ya lo decía Ignacio Escolar, periodista y bloguero (otra forma de llamarlos) quién dirige el diario
Público en España: “Un blog es una imprenta de bolsillo”. Es tan fácil de publicar o ‘postear’, subir contenido, que hasta es posible hacerlo desde un dispositivo móvil o celular. Por otro lado, este beneficio arrastra una negativa un tanto abrupta, ya que no existe un control permisivo por ser parte de Internet. El mal uso de temas denigrantes, carentes de productividad, es un hecho que se presenta innegablemente. Sin embargo, al mismo tiempo, la censura está presente en todos los contenidos blog. Los lectores están aptos a dejar comentarios a su parecer, incluso, reportarlos como abuso.

Cada bitácora virtual refleja la opinión de unos pocos a disposición de muchos. Quizá existen miles que hablen de lo mismo, pero es por repetición que su cultura blog es difundida y, justamente, por eso es que hoy son la forma de expresión de las masas. Crean tendencias, las acoplan a su medio, las regulan a su antojo, las modifican sin temor. Nadie puede sacar una tarjeta roja por la pantalla, ningún ‘e-referí’ puede amonestar las letras o fotos con que se juega el partido. Es el público quién amonesta o, en todo caso, aplaude y sigue los pasos de un líder incógnito. Escondido.

Aquél que solo escribe desde una laptop sobre su cama por las madrugadas, el otro que investiga para exponerle al mundo sus intereses o ese tipo que exorciza sus miedos y busca un doctor que cure sus rasgaduras internas. Todos ellos, resultan ser los pacientes, muchas veces, de los millones de comunes que terminan envolviéndose en el mismo catarro. Y cómo lo gozan.

Buenas noches, blogcito.

martes, 7 de octubre de 2008

NUESTRO MARCHOLO

Un problema, una pregunta, una petición, un secreto.

Veinticinco años en el Perú y no se le quita el dejo. Cigarrillo y negra coca, par de talismanes previos de salir al aire. Marcelo Oxenford se auto califica como un tipo sencillo, por lo que el siguiente texto que están a punto de leer –si quieren- no tendrá palabras rebuscadas y mucho menos difíciles. Una sola pregunta que derivó a quince minutos de muchas respuestas. Con la batería de la grabadora agotada, el actor, y ahora animador, siguió impartiendo cátedra de la naturalidad mal vista de ser un famoso sin nube. De lunes a viernes, conduce un programa sorteo por señal abierta a las nueve de la noche. Y hoy, regala un auto.


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Problemón: ha concedido tantas entrevistas en su vida y tenido que contestar siempre las mismas fatídicas preguntas, que a uno no se le ocurre ya qué averiguar. Llegó la hora de comprobar la vieja tara de que todo argentino es un león. A domar se ha dicho o, al menos, a no dejarme engullir. Un látigo imaginario en la diestra y una silla a mi siniestra. Solo por precaución, por qué luego tengo que desvelarme a redactar.

Jamás hablamos sobre su vida, ni de alguna historia en particular. Sin embargo, me veo en la esclarecedora obligación de informarles quién es o qué ha hecho o qué hace. Solo para los que difícilmente no lo hallen o para los que no tengan televisor: Apellido de universidad europea, Oxenford; nombre de galán, Marcelo. Casado con su trabajo y la actriz Ivonne Frayssinet. Lo divorciaron siete veces. Una hija. Dueño de una filmografía con 13 series nacionales dentro. Número de veces que aparece como titular en Google, más de 160. Anima también.

Esperando impaciente, recostado sobre un auto del parking, me limito a esperar. Lo diviso. Métanme a la jaula. Me acerco. Luisa, mi nexo, nos presenta. “Roy Flores, mucho gusto”. Un apretón de manos bastante conciliador. No fue tan malo, aunque ya me habían dicho lo contrario. Pedimos unos minutos para hacerle unas preguntas, las que hasta el momento no tenía idea de cuáles serían.

Lo abordamos en la cafeta del studio, desde donde se transmite el programa en vivo. Falta una hora. Conversa con una pareja que sostiene a su pequeño en brazos. Con la sonrisa pelada, nos pide solo diez minutos, está atendiéndolos, luego sería nuestro turno. Perfecto, más tiempo para pensar. De forma calculada nos arrimados a un costado, pedimos un té y un pan con perro (caliente). Hot-dog. Kilométrica merienda. El Empire State en su versión baguette.

Mientras pensamos si comerlo o no, mi oído se va con el actor. Tampoco es mucho esfuerzo, solo estamos a un metro. Repito lo de calculada: arma de oficio, maña de reporteo, herencia de metiche. Terminaron los diez minutos, se escapa. A dónde va. Tal parece que olvidó nuestra presencia. Roche. Cruza entre los autos mal estacionados dirigiéndose a su camerino. El locutor en off del programa lo acompaña. Abrazo de colegas. Se van riendo de un chiste que solo ellos conocen.

Salto largo. Son varios pies que me separan de escribir algo decente y real o de inventar un cuento con aire de guión. Comenzamos. “¡Señor Marcelo, se olvida de mí!”. Levanta la mano derecha, llevándosela a la frente, mientras lanza un largo “Oh” lleno de olvido. “Vení, vení, vení. Vamos adentro”. Nos internamos en sus dominios, mientras el criollo Pepe Vázquez -en calidad de juez- lanza su veredicto a un ilusionado aspirante a cantante pro. Es el show que se transmite en el hangar de al lado. Bulla de mundial.

Pretende entrar a la habitación de costumbre. Se desconcierta. Reubicado, no muy lejos, solo es la puerta contigua. Una estrella impresa sobre un A4 blanco dice su nombre. Me invita a ingresar. Hasta ese entonces imaginé un espacio solo de él, donde los posters y fotos del animador pintaran las paredes con esa onda de trajes, espejos, divanes, luces, caramelos e incienso. Se abre el portal y, caramba, creo que nos equivocamos recinto. “Pasá, pasá”.

Se llevaron las ventanas. Cuatro metros del muro más lejano al otro, y dos y medio en los otros dos, no lo hacen precisamente el lugar más idóneo para estirarse a plenitud. Paredes color naranja desganado no ayudan mucho a la ausencia de luz natural; nueve bombillas de mil vatios contrarrestan el fenómeno, buena con el bronceado. Un sillón verde limón, los de una pieza, resalta en la destemplada habitación al igual que el sol lo haría en medio de la noche. Sillas blancas. Desastre. No le gusta. Inmediatamente, haciendo un escándalo irrisorio (todo en broma) exige las negras. ¿Cábala? ¿O exigencia del divo que no se considera?

Allá voy, sino me caigo. Lo amenazo con la grabadora. Rec. Dos puntos. Primera pregunta -y la única-: ¿Cuál es la pregunta que nunca le han hecho? Respuesta: “Que si gané un concurso como actor (previo suspiro y mirada lateral izquierda, como usualmente hacemos para recordar). Obtuve un premio en Bertoloto como revelación en 1991. Y, bueno, me declararon ciudadano ilustre de Huancacho. Después todas son las mismas preguntas. Que cuándo empecé. Que cuándo chegué a Perú. Que cuántos hijos tengo. Que cuántas novelas he hecho. Que cuántas obras. Como estoy casado con Ivonne lo saben todo”. Lo detesta. Reporterito salvado.

Afuera lo ví con una pareja. “Vienen a pedirme un apocho, su hijito está mal, le han salido unas ampochas en el cuerpo”. ¡Ah! Amigo suyo. “No, no. Quieren concursar, pero no pueden por el tema de las chamadas (requisito indispensable para ser participante). Lo derivé con un médico sensacional –ese sí es su amigo- en un hospital del Cachao (Callao, por seacaso) que lo va a atender mañana”. Entonces usualmente le piden ayuda de ese tipo. “Plata me ha pedido 75 mil veces”. Y de las 75 mil cuántas ha dado. “Yo realmente achudo cuándo veo que el tema es verdad. Eso de venir a pedirte dinero en la cache no va. Después el hijo es alquilado y, en fin… (Hace un alto para pensar, me mira mientras decide que dirá). A mi realmente no me gusta hablar de lo que hago. No me gusta decir: mi plata esto, mi plata lo otro”. Claro, jamás hemos visto a un Marcelo Oxenford haciéndola de Papa Noel en las cuatro estaciones del año. “Te voy a explicar porqué, es muy sencicho. (A continuación aterriza la frase a chorro que enmarca toda la tertulia y por lo que veo, la ha repetido infinitas veces). La televisión es un medio de trabajo, pero no sirve para que te catapulten como el benefactor y el filántropo del universo.” ¡Ouch! Amén.

Las tiene claras. Obvio, las debe tener. Hace tiempo trabajó con una casa hogar sin nombre -demasiado dato-. Ayudaba con pañales, TV Cable, entre otras cosas. Lo que podía. Advirtió, cual penitencia directa, a la monja de cabeza, el tener la discreción sepulcral de una confesión cristiana. “El día que se enteren de lo que hago, se acaba todo”. Religiosa condición, la única para seguir ayudando era marginar a la prensa, chichera y amarilla, del hecho. Incluso a los aplausos y agradecimientos tercerizados de extraños. Yo puedo prometer quedarme callado, digo. Resucita un indignante evento para él: “Un actor muy –pero muy- conocido chegó a la misma casa con un televisor 32 pulgadas y dos cámaras de televisión. El tipo que hace publicidad de lo que regala es publicidad para él”.

Irónico resulta escribir sobre una suerte de secreto mesurado. Usualmente éste tipo de pepas (noticias, en el argot periodístico), no las lanza cual maíz perla a las ratas con alones que solemos ser los reporteros. Pero ojo, esto no es una entrevista con sus ocho letras, repetidas dos. Antes que nada y después de mucho, resulta ser un par de tragos sin alcohol –y sin trago-. Es como escribir una crónica fabulosa, llena de magia blanca encantadora; sin embargo, jamás mostrarla. ¿Y ahora a quién le doy de leer mi chamba? No pues Marcelo, nunca tanto.

Dispara un agregado, respondiendo a mi incógnita existencial: “Te lo cuento por qué vos me lo preguntaste (chinche), además sé que es un trabajo de la universidad. De otro modo, no te hubiera dicho nada”. Cierto don Marce, estaríamos mirando las moscas que no hay. Perfecta táctica. De aquí a treinta años podría seguir fungiendo que aún poseo el carnet de medio pasaje. Dudo tener la pinta que mi contertulio.

Otra cosa: Farándula. “Considero que el teatro y la televisión es una chamba, como el microbusero, como el reportero (gracias), como el médico. El hecho que te haga más popular es una cosa. Cho no voy a ir a Hollywood, así que no voy a ser un Robert De Niro y un Brad Pitt”. Inclina las cejas hacia atrás, mientras mueve la cabeza hacia el hombro izquierdo elevándolo. Comunicación No Verbal. Se ve honesto.

Me imagino que hubo algún declive. “En el 2003 fue un pandemonio. Tuve la mala suerte de trabajar con los Crousichat. (Crousillat. Desconocía las jugarretas de palo y astilla). Cuándo fueron descubiertos, a todos nos involucraron con echos”. Año sabático obligado. No tablas, no cámaras, no calle. Me estás cargando Marcelo. “Hice algunos trabajos de Marketing (marketero, ni por acá), un poco de consultoría. Dicté tacheres de teatro en Huancacho (ahora sabemos lo de ciudadano ilustre), Arequipa, Chimbote, Trujicho. Institutos en su mayoría.” Avisito en el diario. Propuesta. Atracamos con usted.

(Sin tocar, con el loco de la producción televisiva por dentro, entra Dafne, asistenta de dirección). Viene, presurosa, entregando el vestuario de la noche. Un traje gris que brilla como platino con líneas blanca verticales –esos de magnate novelero- y camisa palo rosa. Gangster gaucho. “Vení, vení, vení”. Pregunta con preocupación por el broche averiado del pantalón. Ella, olvidadiza, con cara de “sorry”, vuela a través del pasillo esmeralda. No sin antes recibir el adiestramiento preciso del don. También es costurero.

Cierro la puerta. Sigamos: fama. Ya parece esto un cadáver exquisito. “Famosos, famosos, aquí en el Perú, pues, solo Gisela (la Señito) y Christian Meier (el Zorro). Si salen a la puerta los pueden abrazar y apretujar, pero nada más. ¡En Argentina te matan!”. Quédese aquí, lo necesitamos vivo, coleando y regalando. Una duda, quiero saber si es conocido en la tierra ‘del Diego’, su tierra. En medio de una risa burlesca, me responde un sincero NO. “Por achí que en Miami puede que sí, las novelas se envían para achá, pero en Argentina no”. Por 1987 tuvo el protagonista en Buenos Aires, su casa. (En este punto habría que describir un poco sobre el nombre, el corte de estas, ustedes saben, cosas por el estilo, pero se me pasó). Luego se repartió como actor de reparto.

Una vez le preguntaron si se sentía famoso. “Pelotas” -ese fui yo-. “¡Famoso de qué! (¿No digo?) Si fuese famoso no solo sería algo conocido en Miami, sino que tendría una casa en Santa María, un Mercedes Benz y un guardaespaldas. Famoso de qué”. Ahora siento que la única pregunta que le hice fue la más certera. Quizá con otras, hubiera necesitado ese látigo defensor y la silla. Aunque terminé sentándome sobre ella y atando respuestas.

(Vuelve Dafne). Zurcida lista, él inspecciona. Turú-rurú-rurú. Tararea una melodía al aire con el sosiego de un chino cortando su bonsái. Relax. Manda llamar al mago del programa, tienen que explicarle los trucos con que los participantes retarán a la suerte. De otro modo, él quedaría alelado a nivel nacional. Antes de despedirme, como si fuese el embajador del estilo, le recomiendo decorar un poco el lugar. “Más tarde me traen unas cosas. Utensilios míos de trabajo. ¿Quién me puso esto acá?”. Refiriéndose a los tres cubitos hermafroditas que tiene sobre el ribete. No sabe que son. Me neither.

Se lo agradezco y me voy, consternado y satisfecho, con la grata sorpresa de encontrarme a un peruano que sigue pintando sus palabras de celeste y blanco, que vive sencillo como su camerino, que actúa sin las necedades de Stanislavsky, que anima con la fortuna de un maestro deslenguado y que siente como cualquier humano siente, pero él nunca lo dirá. Solo una petición para los que lleguen a ingerir esto: Top Secret, no leyeron nada. Sino, no les escribo más.

martes, 30 de septiembre de 2008

DE EMPORIO A IMPERIO

La Constantinopla más añil de Lima nos pone el mundo a los pies y muestra que el aire acondicionado en los pasillos es lo de menos. Polvos Azules, donde las cuatro “P” del Marketing tienen otro significado: pirata, piraña, pendejo y pandemonio.

La última vez que teñí mi vista de azulino, rondando estos lares, mi menesteroso presupuesto no me permitió comprar un minimalista reloj de pared que iba de acuerdo con la temática de mi departamento. Entiéndase minimalista por simple, o sea, no hay mucho o casi nada. Era un pedazo pulido de madera oscura con piezas metálicas. Los números distribuidos en dos grupos: del 1 al 6 y del 7 al 12. Cada uno en media luna con distinta tipografía. Yuca hasta para describir. A quién se atreviera a ver la hora se le iría el tiempo. Yo quería atreverme.

Con los Fenicios aquí se vendería hasta el alma -y a buen precio-. Arquitectura de doble entrada y tres pisos, suficiente para invocar al espíritu derrochador que nos posee cada fin de mes. Sin duda, convierte a cualquiera en súbdito irremediable de posesa tentación. La monarquía se vuelve popular, reyes por doquier: del CD, del jean, del zapato, del vestido, del reloj, del libro, del perfume, del juguete, del porno.

No hay carritos y tampoco asesores. Irrelevante. Unos compran, otros venden, algunos preguntan, todos van y vienen. Se percibe un ruido en el ambiente: una mezcla de salsa, cumbia, balada y regateo. Por internarse en tremenda aventura, Indiana Jones cambiaría su veintiúnico sombrero. Y que, a manera de dato, venden unos igualitos en el pasaje 33. Mi misión es otra. No recuerdo ni el lugar exacto, pero te buscaré. Hoy vine a llevarte, relojito.

PRIMERA “P”

“El que nunca ha comprado pirata, que tire el primer DVD”, frase que resume el apoyo desmesurado a la gracia ahorrativa de vivir en el Perú. Gracias Jaime Bedoya, por ser periodista y encima peruano. Gracias. Viejo y diablo.

La doctora Polo y Laura Bozzo, a tres cincuenta cada una. Si tremendas baronesas supieran que rematan toda la saga de sus quickly juicios y ‘talk-plops’ dentro de un Princo, necesitaría cambiar sus sets de TV por el nuevo estadio de Beijing -en su versión “Nido de Pájaro”- para juzgar a medio pueblo. Pero no. Jamás se enterarán. Punto a favor. Caso cerrado. Qué pase el amante.

Exactamente lo mismo ocurre con Univisión y TV Azteca. Imposible que no exista telellorona noventera o producción lacrimal que no se encuentre en sus parvas de catálogos plastificados. Cuna de lobos. Quiceañera. Dos mujeres un camino (con todo y trailer). Corazón salvaje. Rubí, aplastando corazones con sus altos tacones. El Premio Mayor. La siempre espontánea Luz Clarita. La trilogía de las Marías: María Mercedes, Marimar y –sellando- María la del Barrio (costeñita y pepenada). Incluso la maestra Jimena sometida, por unos ripios, a las fantasías de esos niños que ahora cruzan los veinticinco.

Hace poco me quede sin Cable, los veinte soles que entregué como único pago por ochos meses de éste, me malacostumbraron a consumir la última tendencia en series gringas. Para cuándo el Operativo Duna tocó mi puerta, yo ya no podía dejar pasar un día sin ver al trastornado Dr. House, a super Clark en Villa Chica, a la blonda de Nip Tuck, ni a las genialidades caóticas de Homero.

¡Eureka! Por cincuenta soles, los que no quiero gastar, puedo llevarme todas las temporadas de cualquiera. Pepe Grillo, en voz confío. Devuelta al vicio. Excepto a los Simpsons, que son ahora considerados parte de la literatura contemporánea. Sus diecinueve años de creación pesan unos dos kilos, serían uno doscientos soles. Me gané una deuda mental. Esperaré a fin de mes. Estamos seis.

Mario Bross en su High Race se pasea maniobrando por los recovecos del hormiguero. Me lo crucé siete veces, conduciendo su auto que expiraba un fuego endemoniado que salía del afiche. Gran demanda para el chato. Castlevanía, Final Fantasy, Metal Gear, Crash, Tekken y más juegos de FIFA que peloteros en el mundo. De todo para el Play Station. Memorias y mandos, también.

Qué buena canción. Un segundo, esa la toca. No. Es, tampoco. Aproximándome a la señorita, me retiene un extraño miedo por su facha de gótica metalera con alegría de emo. Llego. Le falta un ojo. En pro por salir de la duda, pregunto, y ella, masticando su chicle, haciendo un globo que no le sale, asienta la cabeza. Es Helloween. Un grupete de la promoción de Gannaray, Alextrez, Exodo y Kind Diamond. Batería pura. Música para exorcizarse, hacer piques o ahuyentar a cualquier ser indeseable de los dominios territoriales de tu habitación. A mí me resultó. Los sonidos que necesites ahora o en la noche o el viernes o en ese viaje: aquí.

Melancólicos con Bon Jovi, felices con Bacilos, irascibles con Metallica, incomprendidos con Panda, positivos con Diego Torres, peñeros con Lucha Reyes, relajados con Enya, extasiados con The Killers, pensativos con Arjona, o empilados con Tongo. La pegada se siente mejor con sonido ‘turbo stereo digital power’. Escoge, escucha, estornuda, entrega unas monedas a cambio y ya saltaste todos los impuestos que los derechos de autor exigen. Cuatro por diez. Uno que otro con cancionero.

Las melodías de tu historia -y la mía- en caja o bolsita. De todo, incluso las futuras toneras 2010. Calata de rigor, básico. ¿Disco rayado? No pasa nada. A pocos metros, la Asociación Peruana de Autores y Compositores (APDAYC), tiene instalado una silla con un letrero. “Exige tu pirata original”, parece decir.

Antes de pasar a la siguiente sección, me hostiga la necesidad compulsiva de llevarme algo de este racimo musical. No importa regresar a pie. Escudriño en mi canguro, solo encuentro dos miserables monedas de sol, el intocable billete y un recibo botiquero por comprar pastillas. Maldita alergia. Maldita humedad. Comienza el desánimo. Solo una ñizca en discos. Un par de gemas más para esa torre de piratería personal que con tanto orgullo cuido. Pepe Grillo dónde estás. Me llevé a André Rieu in Wonderland y a la doctora Polo. Y hasta ahora no los veo.

SEGUNDA “P”

Pantalón del Chavo. Un enfurecido dragón que emerge de la basta hasta la entrepierna, atravesando la franja naranja y la red. Polera encapuchada de líneas horizontales azules con blanco. Polar hasta en verano. Las mangas sobrepasando el dedo anular. Zapatillas blancas ‘Niki’ de proporciones transatlánticas. Sin medias. Mucha marca, poco rostro. Gorrita. Un andar signado por el arrastre de suela. La “CH” como fonema básico del habla. Mechón oxigenado. Te miro, qué miras, te pongo. Ya ‘fuistes’.

Errático, destella el esplendor de un personaje perdido en el desahucie. Un brillo opaco que repele cualquier saludo y hasta una cambiada de acera. Un concepto tan arraigado en el occipital, que yo también me doy una vueltaza para no pasar por la cuadra de graffitis. Esa es la primerísima idea de piraña. Al menos en nuestro rojiblanco país. Para el resto del mundo: un simple pecesillo amazónico con mucha caries. Aprovecho para agradecer a Hollywood por regalarnos esa imagen.


Dentro de las callejas de Polvos Azules, la idea es casi la misma. Aunque la experiencia de haber planeado varias veces sobre sus convulsas ofertas, agregándole la interpretación de esos rostros satisfechos, me hacen dar por valedero -una vez más- que ‘lo bueno’ no solo se vende en una tienda por departamento. Monos que no se atreven a dejar esa investidura burgués que no poseen y que, sin embargo, tratan de ostentar.

Relajado, sentado junto a una chimuela cacera, le compro un Sorrento. Mi preferido. Pongo un pie sobre el asiento de losa y un brazo sobre el mismo. Observo. Sin mucho esfuerzo, lo noto, es un imperio policlasista. Cualquiera que se considere de gran abolengo y tenga el extraño recelo de pisar sus tierras, debería pensarlo dos veces.

No soy dueño de un puesto. Tampoco vengo seguido. No pretendo promocionarla. Solo conozco unos cuantos apócrifos points que son la verdadera salvación para mi. Tres vericuetos que proveen mis necesidades absurdas y uno que otro deseo social. Okey. Lo diré: un taciturno cincuentón que vende libros caletas, una descuajeringada muchacha que consigue música de otra galaxia y un infiltrado tipo que no sé de dónde saca películas que aún se están rodando. Locón.

El resultado de esta “P” es una invitación a un prejuicio liberado. O más de uno. No se respira fresco; al contrario, en épocas de Belén -y otras fiestas- puede ser más que claustrofóbico. En la tiendita verde o negra no es tan distinto. Los cuerpos adosados y en hilera también estarán. Quizá esas luces dicroicas llamen más la atención que los fluorescentes sin protector.

Los hallazgos que nunca acaban: celulares, celulares desbloqueados, celulares a pedido. Gafas, gafas nacionales, gafas extranjeras, gafas a pedido. Zapatillas, zapatillas ‘de marca’, zapatillas sin marca, y a pedido también. Ropa exageradamente chick, si te gusta la peliculina. Y si te afana el reggaetón, por ochenta soles puedes lucir igual que cualquier boricua lleno de flow y mucho blim blim. Elegante con la ‘guayante’.

Tengo que salir de aquí antes de que consiga a ese Fenicio comprador de almas y negociemos la mía. Hay miles en E-Bay. Empiezo a perder la fe en mi misión. Me provoca otro Sorrento, la cajita está dieciocho soles, vienen veinte. Pepe Grillo, no me falles. Está bien. Solo una para el mes. Cruzo la pileta, salto tres escalones, huyo. Volteo y miro de soslayo, la parca consumista me viene siguiendo. La arrastran cuatro caballos de descuento. Sudo. Entro de costado a un colorido pasaje. Me agazapo. Mismo comercial de desodorante. Te gané Bárbara Blair.

¡Stop! Rebobinando la triatlón, acabo de ver a la mujer más perfecta del hemisferio, pero no habla. Gran problema. El maniquí más escultural de mi vida. Piernas como rascacielos, piel de recién nacido, cuello largo, peinado Monroe, una figura de reloj de arena, bellos y bronceados ojos copa D. Recontra tiesa. Estoy mal, confirmo que este lugar me afecta. Cincuenta metros de bikinis, bañadores, sudaderas, tops, hilos y más hilos. Paraíso matriarcal.

Toneladas para ellas, demasiado para nosotros. Para las Bond, para las cosmopolitas, para la fitness, para las malas, para las desenfado, para las yuppies, para las indi, para las Yankee, para las destructoras de billeteras, para las fatales, para las TNT, para las indecisas, para las buena gente, para todas. Pobre Carolina Herrera, si supiera.

TERCERA “P”

Siendo chicos, nos debe haber encantado un juguete en especial. El que llevábamos a la ducha, al paseo del cole, a la casa de tu tía y a misa. No necesariamente fue el más caro. Haz memoria. Casi todos hemos tenido la pesadilla chonguera de peregrinar, toda una tarde, buscando un variopinto plástico para un primarioso infante. “Ya! Este! Ta’ bacán! Se acabó!”. Regalazo. Tres pares de pilas rechonchas para que avance. Espectacular. Mejor me lo quedo y regalo otra cosa. Tanta bola para dar buena imagen con los papás y el resto de la familia, y que al final lo ‘chotee’ por un mediocre trompito.

Viajemos unos diez, veinte, treinta años atrás. O los que quieras, depende de tu vigencia. La pregunta es en dónde habrá quedado nuestro toy de cabecera. Tu mamá lo sepultó con tanta vehemencia, por no decir demencia, que olvidó contar los pasos y poner un aspa con rojo. Lo guardó tan bien, para tenerlo de recuerdo, que encontrar un nuevo Tutankamón sería más fácil.

Se acabó la frustración, boten esa pala. De un vitrinazo encuentro a Optimus Prime tras un mostrador, a Megatrón también. Los Autobots y los Gobots juntos. A los Playmobil y al anticriptónico Superman de refilón. Los G.I. Joe en posición de embiste. A los Caballero del Zodiaco con todo y séptimo sentido. La manchita completa de la Marvel con Spirderman y su peligrosa tela de araña de hilo canuto. Ídolo. Los Jedi con su nuevo centro de comando (ni el carismático Chávez). Hasta R2D2 -‘Arturito’ para el buen entendedor- se quedó sin trabajo y lo rematan por sesenta soles como tacho. El basurero más tecnológico del país.

Los muñequitos de Hi-Man y todos los amos del universo. Puro héroe en tanga. Creo que, a partir de cierta edad, es mejor no volver a revisar los íconos de la niñez, podría conllevarnos a una tertulia intrapersonal bastante confusa. En realidad la oferta es ligeramente machista. Son más las cosas que se ofrecen para el mercado infantil masculino, que para ellas. Sorry chicas. No es tan fácil encontrar un Chichobelo, un Sweet Blondy o una Fresita.

Aún conservo algunas cosillas de mi chiquititud. Tengo un personaje del Comando Cobra, un caballito de madera, varias espadas luminosas, pero me falta un avión. ¡Grillooo!. Ya caminé bastante y no encuentro la tienda por la que vine. El desaire comienza a recordármelo. Digamos que quiero ofrecerle algo de entretenimiento a mi sobrino en cada una de sus intempestivas visitas. Sí cuñao -y yo me llamo Leono-. Me da el Megatrón por favor. Son quince mangos. Gracias, su cambio.

Astroidiota. Qué hago gastando diez soles cada cierto tiempo en este huacháfo corte de cabello, si por la mitad aquí le incluyen masajes y, además, entregan una gaseosa mediana o un paquete de galletas. Las que el cliente elija. Por un segundo, imagino a Marco Antonio obsequiando unas Margaritas: “Gracias, vuelva pronto”.

Amarillo y floral, así recibe a sus acérrimos este Unisex de dos por tres metros. Un espejo, una silla. Si lo miramos desde un ángulo ‘marketero’, exclusividad al tope máximo. Mientras ojeo las ‘Beverlihillianas’ revistas sobre la repisa, Kharla, la encargada (sí, con “h”), me dice que solo hay dos puntos que se dedican a hacer milagros capilares a lo largo de todo el azulado territorio. Separados ambos. De repente les otorga cierto aire a monopolio sectorial. Es tarde, me voy. Dejo de ver los cortes de Salvado por la Campana y Miami Vice. Fugo

Son casi las siete de la noche, después de tres horas, misio y cansado, decido partir. No sin antes visitar los últimos pasadizos del culto a la naturalidad. La bonanza y buenaventura del hombre y la mujer en su belleza absoluta. A media puerta abierta -o cerrada-: las mejores porno de la capital. El túnel color carne más sediento de esta aldea comercial. Área parroquial. Y yo buscando a Cipriani. Señores, jóvenes y adolescentes, revisan las portadas en actitud silente, como quien revisa un pasaje de Deuteronomio. Con ellos no es.

Valentino. Así se llama el más reciente éxito de Producciones Elastic. Es la historia de un tímida chica que decide encontrar el amor en manos de un hombre malgeniado. Él le paga mal, ella decide huir. Dije chica, sí. Pues es ese el detalle. Y tiene nombre de varón, como Simón -el de la salsa-. Vaya sorpresón. Me la recomiendan. Esquivo la propuesta improvisando: “¿Hasta qué hora está abierto?”.

La pela extranjera paga más; sin embargo, las nacionales fácilmente podrían aspirar al Oscar. 4Assholes también pasa por mis ojos. Sale a cuatro luquitas. Qué cara tendré, que el encarnizado vendedor tiene la plena seguridad de que logrará endosarme una. No puedo. Ya me compré a la doctora.

CUARTA “P”

Pepe Grillo me abandonaste, te lo agradezco. Llevo en mi mochila inocua libreta espiral, diabética caja de chocolates y vengativo Decepticon. Diente pelados, sonrisa brillante. Feliz. De todas formas el bendito objetico (me puse Venezolano) ya debe estar en alguna pared desmerecida. Y sigo raudo.

La verdad que con todo el mundo resumido en un solo lugar, entran ganas libidinosas de trabajar como asno sin reclamo. Juntar la quincena y el treinta, y, sin compasión, desmesuradamente arremeter contra el buen ahorro y los consejos de banca. Hasta Salvador del Solar viniendo después de grabar el comercial.

Ha dejado de ser ese “chicha” centro comercial de clientela popular para convertirse en una oda a la descentralización cultural. Comenzó con don Gaspar de los Reyes, un emprendedor que descubrió la fórmula mágica para teñir de azul el cuero de cabra, allá por 1570. El Jirón Santa, a media cuadra de la Plaza Mayor, empezó a ser conocida como la calle de los polvos azules. Los ambulantes que sobrevivían en sus grises veredas incrementaron su número.

Para 1981 eran demasiadas sardinas en una estrecha lata de cemento. Plan reubicación, todos en filita. El alcalde Orrego quería recuperar el Centro de Lima, por decreto de alcaldía 110, los envió con todo y nombre a su actual fuerte. Más de 3,200. Actualmente dominan las llanuras mentales de lo barato, universal, extraño y limeño. Comenzó con la necesidad por vender y surgir; ahora la necesidad es nuestra, por comprar y vivir.

Hipotálamo activado. Comprar, comprar, comprar. Las negativas son imposibles ante esta mole de derroche. Acabo de escuchar a una barriunta dama prometer a su pequeño el traerlo en su cumpleaños. ¿Walt Disney? Qué Walt Disney. ¡Polvos! Hasta premio por buena conducta y cumplimiento de tareas. Ojalá que cuando venga a cumplir su promesa, no lo traiga solo para ver. Lo digo por experiencia, un tema de frustración personal.

Pregunto por la salida, no me ubico bien. Sin energía, me limito a un andar parsimonioso. Llevo puestas unas sandalias que terminaron por horadarme el talón izquierdo. Exit, exit, exit. Nada. Dónde estás puertita del infierno, déjame salir de este pandemonio –tu capital-. Ya me entró el hambre. Un sangüchito, no hay solvencia. Mejor le rezo. San Guchito, muéstrame el camino.

Oración atendida. Por fin, el escape a la salvación a pocos metros de mi saciada existencia. En calidad de ‘cronireportero’, una mezcla de cronista y lo obvio, miro a ambos lados con la idea de empaparme -un poco más- de los detalles que posiblemente escaparon a mi percepción (mientras mantengo la sensación de haber hecho una excelente inversión). A veces me salen versos sin esfuerzo. Irónico, en esta última no rimó nada.

Tic, tac. Tic, tac. Muero, mato, atropello, quemo, descuartizo, corto, sableo, despedazo. De pronto soy otro. Que alguien me pase una pistola. Encontré la tienda perdida y allí estaba, exacto y marrón. Literalmente, dando la hora.

Coche Subaru.

martes, 2 de septiembre de 2008

CIUDAD DE LOS REYES, CIUDAD DE LAS RUEDAS

Dejar tu suerte en las manos de quién está al volante o tener la suerte de tener un volante en donde poner las manos, supone siempre un círculo que desemboca en la misma historia. El tráfico en Lima no sólo es un problema de municipio, es un problema de iniciativa. -Y acción-.

REY DEL SENCILLO

‘La hora del lonchesito’ solo es buena si estás sentado, pero en casa. Esos treinta centímetros de ancho por veinte de largo, exagerando, no son precisamente el mejor lugar para disfrutar de un café y una tostada. Te distraes leyendo las inscripciones en liquid paper sobre el respaldar del asiento de adelante, alguna crazy people que perdió la cordura al verse envejecer en las pistas de la capital. El cobrador menciona todos los nombres de cuanto precursor, mártir, santo o General haya tenido que ver en la historia del país. Sin embargo, tu esquina jamás llega.

El transporte urbano es ahora el antihéroe embrollado de la libertad de desplazamiento. Se parece a esa gripe crónica que siempre vuelve por los meses de agosto, en pleno húmedo auge de la naturaleza. Empezó robando el tiempo y luego la paciencia, y es precisamente nuestro tiempo y nuestra paciencia las que se nos arrebata.

No existe mortal alguno que haya utilizado una custer o ‘micro’ –con tos de helicóptero- en la última semana y que desconozca la situación poco favorable de la jauría vehicular limeña. Nadie necesita un cartón enmarcado en la entrada de su casa que avale ser un conocedor integral de los sistemas de transporte y comunicaciones para darse cuenta de la tortuga que debemos afrontar. Semejante congestionamiento -gracias gripe- no se puede curar con un ‘DayPass’ y un ‘NayPass’, haciendo alusión a esas pepitas milagrosas que nos recomiendan en pro del alivio inmediato. Y no es cherry.

Vivimos la consecuencia tardía, incluso lógica e inevitable, de un descuido pasado. A comienzos de la década de los noventa, el desempleo aumentó olímpicamente debido al ímpetu de una joven gestión presidencial. La provincias empezaron a perder ciudadanía por la migración desesperada e ilusionada de muchos en busca de una mejor subsistencia -porque decir vida sería demasiado-. Encontraron una excelente oportunidad incluyéndose en el lucrativo negocio del transporte público. En consecuencia, el número de líneas dedicadas al servicio aumentó en la misma medida de aquella esperanza de desarrollo.

Casi dieciocho años después –¡Hello!- tenemos un 40% de sobreoferta en el rubro, lo que equivale a decir que gozamos de 40% menos espacio para transitar o torear los autos que nos embisten cual tradicional fiesta española. Incluso de 40% menos tiempo para pisar el freno y hasta 40% menos probabilidades de salvarnos de algún nefasto accidente.

Mientras intentas atravesar la jungla de gente ‘ensardinada’, colgándote de las lianas de acero y al mismo tiempo salvaguardando tu intimidad, recuerda que la educación vial existe. Probablemente no puedas adicionarle un nuevo by pass a cada cuadra de la ciudad, de todos modos solo reducen el tiempo de los semáforos y no el exceso de vehículos circulando, pero exigir un poco de sensatez al Meteoro del volante es lo mínimo que podemos hacer desde aquí. Ya llegaste a la puerta, tienes que bajar en medio de la pista y correr a buen recaudo. Pie derecho. Baja en la esquina.

REY DEL SEDÁN

El pitazo final de un clásico nunca será tan castrante como el de una Fénix. Volteas para ver si fue para ti, por suerte no, tus hijos pueden seguir revoloteando en el asiento de atrás y tú, podrido y hongueado, mirando el ojiverde semáforo, no puedes avanzar porque a alguien se le ocurrió estacionarse en pleno carril para desembarcar pasajeros. Ves cómo corren hacia la vereda, giras por la izquierda y te vas saludando a su progenitora con la sangre bullida. Libre y menos estresado, antes de cruzar, el alto amarillo vuelve a guiñar, esta vez, de rojo. Qué pena.

La casa propia es un sueño, a veces tan grande o igual que el auto personal. Tener uno es, sin duda, una ventaja bastante considerable. Tener dos o tres, aun más. Se llega a disponer de una comodidad que resulta bastante placentera y hasta pomposa, si se quiere. Sin embargo, sacarlo a pasear en las primeras horas del día y las últimas de la tarde, justo cuando más lo requerimos, puede desembocar en una peligrosa patología de autopista.

Aquí arranca, no tu motor, sino la lucha constante de mantener tu presión en normal equilibrio. Evitar que la yugular se vuelva más ancha que el cinturón de seguridad y que el hígado no termine como el air bag. Una vez más el tiempo no es un dios, sino un diablo, y cada auto encendido un maléfico ángel estacionado. Hacer uso del ingenio y disciplina para lograr una solución propia, como preferir caminar un poco algunos días, resultarían mejor que construir otro by pass, pero para nuestro corazón. Si todos pensaran igual -o mejor- algún día podríamos recordar el color del asfalto.

Desde hace más de un año, Lima dejó de ser aquella ciudad convulsionada por el tráfico para convertirse en la invadida por este. Las actividades municipales por darnos un mejor medio para transitar van al mismo paso que tratar de avanzar media cuadra entre Javier Prado y Arequipa. Precisamente una de las intersecciones que ofrece un poco de lívido adicional a tu recorrido.

Conocido cruce donde el número 69 siempre fue motivo de una sonrisa efímera -alegrona-, en este caso nos baja toda posibilidad de llegar al éxtasis absoluto. La cifre se repite y aunque suene incomprensible y hasta tonto, solo Lima y Callao concentraron el 69% de la totalidad del parque automotor en el Perú hasta hace dos años, hoy subió a 74%. Toda la parafernalia de ruedas y tuercas del territorio se concentra, en su mayoría, en la Ciudad de los Reyes. Y tú en tu fierrazo y yo en mi ‘Volocho’ somos parte de esa olla de canchita que no termina de crecer.

El semáforo ya está en verde y como eres el primero, das el inicio a la siguiente caravana. No chanques tu lata, la pintura se puede dañar y tus hijos terminar más dañados aún. Cuando tengan edad para conducir, quizá hereden la costumbre familiar que les inculcaste y se van a ver bien ridículos dándole de palmadas a la puerta que tú tanto conservaste. Tampoco contribuyas con la contaminación sonora abusando de la bocina, ojalá se quede afónica uno de estos días. Así como la de todos, incluso la mía.

Cruzas a la siguiente sala de espera, ese Amazonas lleno de hidrocarburo llamada avenida solo te permite ver a un tipo sentado, que, a diferencia tuya, no tiene un retrovisor propio, mas sí varios e-mails que anotar mientras va sentado en el Transformer de al lado. Aguantando la inmensidad de algún desconocido junto a su oreja, usurpando su espacio vital. ‘Apéguese’.

REY DEL DESQUICIO

El cuento es fácil de digerir, si eventualmente recordamos la mala leche que nos recorre a diario. Aunque, ponerle galletitas podría darle mejor sabor o, en todo caso, no sentirlo. Nuestras quejas funcionan como una cuasi denuncia interpersonal, pretendiendo involucrar a otros en esa tara de no hacer algo positivo por salir del pozo. Lo medular del caos vehicular no es solo un asunto de vías, el problema nos incluye más de lo que lloramos. Buscar la esencia que existe en la norma, sería obrar con certidumbre.

Tenemos un comportamiento acostumbrado a tercerizar las soluciones y,siendo honestos, mucha lágrima nos vuelve más defectuosos que los nuevos autos de la China. Casi imposible es no recordar aquella imagen del niño empotrado contra un parabrisas fungiendo de trapo -humano- puliendo y encerando en dos segundos, jugándosela al posible inconsciente de alguien que obtuvo su licencia para conducir en el Play Land Park. Una vez más, la educación vial se pone en neutro. Ni para atrás ni para adelante.

Actualmente, la Municipalidad de Lima está invirtiendo en la construcción de nuevas rutas de desahogo. El oxígeno fluirá más por las arterias. Por mencionar algunas, sin ningún orden prioritario, está el Metropolitano de Estación Central, mejoras en la avenida Venezuela, otra en Benavides y Universitaria, así como el Proyecto de Intercambio Vial: Panamericana Norte, avenida Eduardo de Habich y el puente Santa Anita. Es cierto, estamos rodeados de puro personaje, somos un directorio telefónico ‘patriosanto’. Un celular se vería bastante emblemático con semejante agenda.

Entonces, cada uno hace lo suyo de la mejor forma, entiéndase “mejor” como lo más razonable. ¿Te gusta la fruta? Perfecto, pero de refilón podrías abrir los ojos de ese comerciante y hacerle ver que se está robando la mitad de la calle. Quien sabe, quizá te obsequie un melón con sabor a gratitud. La actitud del sueco eterno de aquí a un tiempo nos haría leer otro guión como este y, a lo mejor, estaría lleno de nuevas leyes porque superamos al total Armageddon.

Ahora veo por la ventana los paneles luminosos de la berma central que muestran la hora. Confirmo mirando mi reloj. Una orquesta de bocinas con histeria interpreta el sound track de la impaciencia y yo me vuelvo de loco para arriba. Una pachanga disipa mi filo en lo posible: “Que levante la mano, quien no lloró un adiós”. Para nuestro caso: “Que levante la mano quien no llegó en microbús”. Un elocuente Dj de radio pretende emitir buena vibra, desconoce mi aura con color a desquicio. Se hace tarde. Te entiendo. Esta chatarra no tiene alas. Y mucho menos vuela.

-Corten. Se imprime-.

lunes, 18 de agosto de 2008

ORGULLO DE BARRIO

Pocos foráneos conocen la verdadera esencia de los callejones de un distrito huérfano. Nadie sabe de su madre; sin embargo, su padre vive en la cumbre de lo ostentoso y fino. Surquillo, hijo separado de Surco, tiene las venas de sus pistas horadadas por descuido y los perfiles de sus esquinas adornadas de exquisito criollismo.

Perú 1535, las numerosas parcelas de sembríos indígenas alimentaban con naturalidad a una sociedad apacible que vivía de su esfuerzo. Un berrinche español llegó a la Ciudad de los Reyes para oficializar su fundación y Francisco Pizarro repartía con capricho las tierras despojadas. Un monasterio heredó el cambio de dueño y “Las Chacras de Surquillo” fueron adoptadas por una señora, que es más de ellos que nuestra y se llama La Merced. Es probable que aquella brutal desazón se haya convertido en ese sentimiento salvaje que rodea su nombre casi cuatrocientos setenta años después.

Desdén y temor son las primeras sensaciones que recorren la mente de cualquier limeño mortal que escuche nombrarlo. No es para menos, tremendo título debió estar avalado por la nación y sellado por un ministro. Año tras año, las estadísticas han demostrado que sus calles no son precisamente las más inmaculadas y seguras de la capital. Que se puede esperar de un abandono paternal obligado y de un doble látigo de indeferencia proveniente de sus propios habitantes. Aun así, la torta tiene una inesperada sorpresa por dentro.

Cumbia con olor a menestrón emana por las ventanas de los puestos de comida. Uno que otro auto estacionado musicaliza la cuadra con Fruco y sus Tesos, la salsa con un margarito es un amén para los viejos sabihondos del barrio. Dicen que el plato de siete sabores es el mejor, aquí una versión de oficio y servicio se hace presente. Una casa común puede funcionar como tienda, restaurante criollo, pollería, gimnasio, Nintendo y cabina de Internet. ¿Sunat? ¿Que Sunat?. Y viven felices con cuatro metros de pared, pero con cincuenta conocidos a la redonda.

Perros sin raza, sin techo, sin dueño, sin hueso. Así vive la mejor de las mascotas del pasaje Dante, hurgar en los desperdicios resulta tremenda panacea de salvación para los tísicos canes. Una subcomuna habita en los colgadores eléctricos a todo lo largo, caminan con toda la tranquilidad que se les permite -ni los Mormones gozan de semejante privilegio-, son las palomas más extrañas del planeta. Verdes y violetas o un mix de ellas, tornasoladas como seda de vestido matrimonial.

Sentado, junto a su puerta, sobre una silla de quincha está Alberto Cueva o Don Beto, para ‘la gente’. Un veterano con 62 años de edad, pero de un rostro de 100, sin instrucción superior y sin hijos. Una caja de cigarrillos le hace conversación durante todo el día. Su rutina consiste en ver pasar la vida de los demás o ver como los demás hacen su vida frente a él y esperar a que Neri, su última esposa, prepare el almuerzo. Recuerda aquel Surquillo -en sepia- que hace más de cuarenta años era un distrito que nada tiene que ver con el actual. “Salía a comprar tranquilo en la noche, ahora estos pirañas de diablo no me dejan”. Claro está, que aquella indignante declaración fue mucho más efusiva y callejera que lo rosado de estas palabras.

En lo alto de las viviendas, verde esmeralda la mayoría, se ven los cuartos de caña improvisados para cubrir el problema de una familia en crecimiento. La buena costumbre de los yernos por quedarse a vivir en las casa de los suegros es casi una religión, una tradición, y romperla no está permitido –Don Beto se ríe con un dejo nasal y esa risa propia de alguien que desconoce a Frida Holler-. Ya no son cinco o seis los integrantes de ese culebrón, ahora serán ocho o nueve, dependiendo del tiempo que la nueva pareja tenga para conversar –o dormir-. Mientras más hacinados en un solo lugar, más rápido surgirán los descontentos. Motivo clave del porqué tanto joven interesado en buscar refugio en la escuela más barata del mundo: la calle. Y vaya, que calle.

La limpieza y el orden tienen un significado distinto, pulcros ni en la boca. Parece que el graffiti de las paredes sin cemento, es un sinónimo directo de esos niños que se recuerdan a sus madres por una pelota que no se dejó atajar en un partido de autopista. Los identifica un único patrón de comportamiento y lisura -sin censura-, la mecánica del más fuerte en pleno auge. Y así se acostumbran a vivir hasta llegar a ser como Don Beto o ser como él, pero con una silla de oro.

Una recicladora de pantalón desgastado, por su constante postura, se asoma de la nada para cumplir con su faena. La chompa de lana oscura que trae puesta no es suficiente para dejarla concentrarse en tal desmerecido oficio. Conocida como Rocío, todos los días viene desde el Agustino porque, según ella, la “buena basura” se obtiene aquí. El ingenio de estas personas ha creado un cuasi emporio de beneficio común, una solidaridad despreocupada ronda sus humildes corazones y le van dando las sobras. La actividad comercial va apagando su fuego.

La sombra va apoderándose del final de la tarde, las exiguas luces se encienden. De cuatro postes en una cuadra, uno ya quemó y el resto alumbra con desgano. (Claqueta, acción). Empezó el rodaje real, las calles se van limpiando de transeúntes apresurados, parece aquel olvidado Oeste donde los caballos se llaman mototaxis. Don Beto se va, Don Omar empieza a reinar. Puerto Rico, tierra de ídolos, tiene a sus mejores boricuas andando por las veredas del reggaetón junto a un mercado con silos de fruta.

“En una lluvia de alcohol que te empapa, una nube de humo que te arrebata”, camisetas estiradas y ese brillo que destella de unas pulseras de imitación. El barrio empieza a tomar forma de película, sin guionistas ni directores, solo la propia regla de unos amigos sin ley. “Siento un hechizo de sus ojos de gata, que te seducen y su cara te atrapa”, la afinidad invocada por una melodía pegajosa reúne a chicos y chicas en una tertulia prosaica sin sentido. No conversan sobre el día y la noche; sino quizá, sobre algún soberano ‘roche’. “Ojitos chiquitos color verde selva, tienen lo de ella pues huele a azucena”, queda en el aire un aura de algo que hace unas horas fue negocio. Ahora es una “Fiesta del Chivo” con reflejos de flow y mucho blim blim. “Se arropa en una hoja de miel con avena, la piel le sabe a mango en almíbar de canela”, la vida tiene un canto distinto en estos rincones. No es un club burgués, aunque exclusivo para quienes tengan un vago sentido de sencillez. Los distanciados, mas no abandonados de Dios.

Surquillo no es una piñata usada en una mojiganga (fiesta de máscaras), cuyo confeti de ‘quetes’ alfombra los pasos de una tira de gente sin trabajo. Según los vecinos, nada se compara a la calidez de un barrio que te vio crecer y a la camaradería de unos amigos que comparten la misma cuchara para comer un segundo plato de arroz.

Innegable es que una buena parte de exquisitos aún marginan al tipo que vende periódicos en un semáforo o a la señora que ofrece menús en un kiosco de madera. Quizá algunos provengan de este distrito o de otros semejantes, pero son ellos quienes hacen que esta capital tenga ese complemento que toda ciudad necesita, la sazón del equilibrio natural de la leyes sociales -hasta Pizarro lo sabe-. De otro modo, el criollismo entendido del Perú sería una plato gourmet de restbar y no una frase brillante de ese indio resentido: buena pinta, pero bien mishio pe’.

martes, 15 de julio de 2008

MAÑAS DE NIDO

Los tiempos cambian, la gente también, sus hijos hacen lo mismo. Los niños de ahora no aguantan mandatos, mucho menos uno con apellido de general. Dócil como una flor; sin embargo, tan castrante como un militar. Sebastián Orbegoso Flores, el sobrino que no pedí, pero que ahora protejo.

Cuando vino a este mundo le decían “Patito”, tres años después involucionó; ahora es “Huevito”. Parece un apelativo escogido a dedo para un niño que, cómo todos, tiene la cabeza desentonada del cuerpo. La primera vez que lo ví tenía aún cerca de 2 meses y ya no parecía un Sharpai. Nació en Lima, mientras yo estaba de viaje en otra ciudad. Hijo de la menor de mis hermanas, pero mayor que yo. Tras 14 horas en trabajo de parto y varias inyecciones, todo terminó en una cesárea.

Lacio, de un marrón que quiere ser cenizo. Color leche. Frágil, pero fuerte. Muere y vive por unas pantuflas de Elmo que no le entran ni a balas y que, sin embargo, usa. Tuvo cinco niñeras, incluso dos al mismo tiempo. Duerme saboreando su pulgar izquierdo a la vez que se tapa una oreja con la otra mano. Pasea a sus mascotas favoritas por todo el departamento, una familia de diez caracoles que no dejan de crecer y que siguen viviendo en un táper. Come cancha como cancha. Ayuda en la decoración pintando con témperas las paredes de la sala. Su abuelo paterno asegura que es índigo. Escoge con quién hacer berrinche. Propone tratos como cambiar una crayola por una bolsa de papitas Lay`s. Mal geniado. De grande quiere ser león.

Arroja de todo por la ventana. Un descuido mío hizo que descubriera el placer de botar cosas desde el quinto piso cuando me vió haciéndolo con una pepitas de uva. Desde ese entonces, su historial de objetos practicando jumping sin seguridad ha crecido: dos celulares de su madre, un control remoto, cuatro manzanas y una piña al patio de la vecina del primer piso, varios de sus juguetes. Pero ninguno voló tanto como el mouse inalámbrico de la computadora de su padre.

Asiste puntualmente a clases de la mano de Jose Luis, mi cuñado y papá del mocoso; de Glenda, su mamá; o de su niñera. Peinadito, raya al costado, bien engelado. Buzo térmico del kinder y polo blanco. Irradia una pequeña aura a Heno de Pravia. Mochila con las tareas hechas y lonchera nutritiva. A su regreso, el cual he sido partícipe yendo a recogerlo, lo único que parece no haber entrado a esa aldea infantil es su cabeza de huevo intacta. Todo lo demás es una mini pista de automovilismo. Por esa razón, tiene dos pares de uniformes. Y nada de detergente.

HÉRCULESHUALPA Y LA PAPA

Ni Gastón Acurio, ni Sandra Plevisani recomiendan los tallarines con gomitas. Generalmente las madres de este país piensan que mientras más llenen la barriga de sus hijos, ellos sobrevivirán mejor a los inviernos. Atiborrarlos con bocanadas de concentrados o papillas es ir en contra de su dignidad. Hace tiempo se me ocurrió probar una. Tenía una ligera curiosidad por conocer el sabor de semejante engrudo, muy aparte de que en ese momento la despensa estaba vacía. Sólo puedo decir que ese día alguien se levantó con el pie izquierdo y al revés. Yuca, camote, carne, fideos, quinua, mote, choclo, papa, hígado, plátano, pan, espinaca, yacón, zanahoria, pollo, remolacha, habas, zapallo, panamito, alverjas, fierros, catres, botellas. Todo junto y licuado, no es la voz.

Si eres el o la mayor de los hermanos, quizá le des gramo de tu aceptación a la siguiente sentencia: cada primer hijo atraviesa por esa etapa de calentamiento culinario de madres inexpertas. Excepto que tenga una ‘momó’ – como llama a su abuela materna-, una empleada del hogar, un apellido como Eckfeldt-Martinot o que se llame Sebastián. Previa lavada de manos y cara, trepa hasta la cúspide de su silla azul con dibujitos de motociclistas y de tablero removible. Se sienta, espera mientras monologa. Reini, la morocha de 17 años que está a su cuidado, cruza la puerta de la cocina con una especie de bandeja hueca con tres particiones. Una para cada sabor, para cada tipo de sólido. Sobresale una tapa enroscable que cubre el acceso a su interior que es rellenada con agua tibia. “Así no se enfrían los alimentos y se mantienen calientitos”, me instruye al ver que levanto una ceja.

Croquetas Nuggets, yuquitas fritas, pasta verde con queso rallado y dulces Ambrosoli de postre. Niño más suertudo, imposible –pone cara de sorprendido-. “¿Y que es esto? ¿Y este? ¿Y, y, y eso?”, la interroga. Aunque ya lo sabe de memoria, pero empieza a conocer de mañas. De pronto se resiste a seguir comiendo. Entra a escena la experiencia y maestría que la joven chica ha ido adquiriendo durante estos dos últimos mes.

- “Si tú comes Sebastián, vas a ser grande como Hércules. Serás más fuerte que un Inca” – pretende convencerlo.
- “¿Un Inca?” – le pregunta. “¿Qué es eso?” – queriendo salir de la duda.
- “Hércules es un Inca, porque es fuerte y valiente como tú” – se lo dice con voz enérgica con plena vehemencia, casi como si ella lo creyera también. Sin dar mayor detalle.
- “Come toda tu papa (por decir comida) para que tengas ‘punche’ como él” – usa en último recurso.

¡Una genio! Funciona ¿Cómo lo hizo? Empieza a devorar. Sin embargo, la magia dura poco. No pasa mucho tiempo y ya quiere bajar sin haber terminado. Me mira pidiendo permiso para ir a traer a algunos amigos. Accedo. Invita a su banquete de frituras y carbohidratos aplastados a tres personajes importantes en su vida de arco iris. Pepe, el caballo: un corcel marrón, imponente, de músculos marcados y definidos; pero de 18 centímetros de alto. Petunia, la cebra: extraída de una película sobre animales en cautiverio que escapan de un zoológico de Nueva York, ahora convertida en pieza de merchandising. Siempre interpreta papeles de villana, “Huevito” tiene claro el vestir de un reo. Casi descolgada trae a Dixy, la dino -…saurio-: una reptil escamosa de color lila, tan brillante como un neón. De sonrisa interminable y dura. De cara extasiada, casi como si disfrutara vivir en el mundo de los plásticos tóxicos.

Toda esta parafernalia para lograr que se meta un poco más de ocho cucharadas a la boca es acompañada, en paralelo, por 21 pulgadas de programación infantil. Demasiadas veces he estado presente a la hora de almuerzo como para no haber notado el conglomerado de series que se transmiten en señal cerrada. Sí, ese canal de cable que es la niñera perfecta por horas. Que no limpia, que no se estresa y, sobre todo, que no cobra. Únicamente pide atención y vaya que se la dan. Salvación inmediata de muchos padres y, claro, de muchas niñeras de carne y hueso también.

Recuerdo, a su edad, que los mal satanizados suspiritos azules y Snarfer alegraban mi tarde. Ya luego veía a una pantera rosa al amanecer. Y en la noche, un ratón muelón me hacía dormir –“Topo Gigio, te extraño”-. Claro, durante todo ese tiempo, la gran Warner Bross no dejó de regalarme a un conejo, un pato, un demonio, un coyote, un ave veloz, un gallo, un perro, un gavilán y un pelado rollizo con escopeta. Allí comenzó mi adicción por la animación. Tema aparte claro está.

Nada tiene que ver con lo que la caja boba les ofrece hoy. ¿Cómo un cerdo puede tener por padre a un toro? La manipulación genética avanza, pero de a pocos. ¿Cómo un perro puede ser rojo y del tamaño de un palto? Lo siento por ti árbol, morirás en la primera visita del can. ¿Cómo un niño puede ser trabajador de construcción? En donde está la protección del menor. Y por último ¿Cómo alguien puede llamarse “Geep Geep Gupsi”? ¿A los tres años, es posible pronunciar eso? No puedo dejar de mencionar a la gente de Lazytown, a los chicos de Piggly Wings, a Charlie y sus amigos, y a Doky como la mascota oficial del canal. Todos ellos son un tercio de los programas en los que Sebastián queda envuelto, no hay nada más alrededor. Mi sobrino parece disecado.

Se necesita algo de cincuenta minutos para lograr endosarle, por lo menos, la mitad de su ración. Hoy se tuvo suerte, se hizo en cuarenta y cinco. Me dispongo a salir un momento y escucho un: “Quiedo más adozzzz…”. Provecho Reini, ya regreso.

JUGUETEOS DE CACHORRO

Cepillados los dientes, entra a su hangar desesperado, planeando con los brazos abiertos como si el mundo que conoce se desvaneciera mientras vuela. Cuatro paredes que no tienen mucho de sobrio y menos de sosegado con un sutil olor a leche. Más tiene de ensalada de frutas que de habitación. Verde fosforescente, rojo, y un poco de melón como ingredientes. Tres estantes construidos con caoba blanca yacen repletos por muñecos de algodón y pelusa. Desde un pato que canta villancicos irritables en ‘patense’, hasta un unicornio bastante rechoncho que, según me cuenta su padre, también despegó por la ventana en un acto de copia fantástica –“En la tevelisión sí güelan”-.

Se prepara para el duelo. Hoy entran a la arena de combate un Jedi versus un felino. Obi Wan Kenobi nunca tuvo un enemigo más peligroso que El Rey León. Pero antes necesita un traje de réferi cósmico, él es el único oficial. Abre el cajón de su diminuto ropero. Una “S” en el centro de un polígono con forma de diamante se asoma de a pocos, mientras jalonea la perilla de madera. Allí está, brillante y azul, junto a un telar rojo algo transparente. En menos tiempo que a la espada de luz le toma encenderse, salta sobre el rostro sonriente de la Rana René estampado en su cubrecama. “¡A jugar, a jugar!”, me dice en una invitación a su aventura.

Convertido en el superhéroe más famoso de la historia –después de Barnie, claro está-, ahora es el enviado de Criptón: ‘Zuperman’, se hace llamar. Presto a ser el titiritero de ambos contrincantes, además de fiscalizar el encuentro. Estira los brazos hacia adelante, flexiona las rodillas, sonríe y salta en medio de un grito en Do mayor. Toma uno, toma dos, cinco copias del rey de la selva y ninguno puede amilanar al coraje del guerrero intergaláctico. “¡Pum!¡Pff!¡Pam!¡Guark!”, va recitando con cada movimiento que dá al estrellarlos uno contra otro. Luego de eso, sólo una sesión maratónica podría cansarlo. La experiencia me lo confirma.

Perdió el gatito, ya estaba cantado. Cambia intempestivamente de rol, ahora quiere ser arquitecto por un momento. Junto a su cama hay una parva de cuentos y fábulas, además de un recibo de luz que se peló de la cocina. Sin piedad, va arrojando cada uno, con ambas manos, por detrás de su nuca. Trata de encontrar algo con rapidez. Finalmente queda descubierto un plano rectangular de color amarillo chillón. “¿Vés? Aquístá”. Es la tapa de su cofre de tesoros, sus juguetes. La mayoría de ellos con alguna parte perdida o, por el contrario, alguna parte perdida de algo que alguna vez fue juguete. Repite el mismo procedimiento de búsqueda. Todo para atrás, caiga en donde caiga y a quien le caiga.

Se le iluminan los ojos, enmudece unos segundos con la boca abierta. Extrae de ese desmonte de plástico una bolsa transparente conteniendo miles de piecitas multicolores. Ladrillitos para armar todo lo que la creatividad a esa edad les permite usando legos. Se dispone a armar una ‘jibafa’. Cual pilar, uno tras otro los va superponiendo. Engrana cada hoyo, pieza por pieza. No importa la secuencia de tonalidades, lo relevante es hacerlo lo más alto posible. Hora de poner la cabeza. Va tomando forma para él –se ve en su expresión-. Una pata, la otra. Noto que algo sucede, no entra, no es la ficha correcta. Se desespera, un pequeño berrinche se asoma. Se vuelve un volcán, respira un poco más fuerte y ya empieza a balbucear palabras que sólo él conoce y entiende. Estalla. Destruye todo su esfuerzo con dos golpes cruzados al estilo Jet Lee.

Chilla, grita, arroja todo, patea lo que falta. Parece un anciano dando vueltas en círculos con los brazos pegados a su minúsculo torso. Se sienta, se pone pie, y por fin llega mamá. Me pregunta que sucede, sin embargo prefiero no alterar el orden, no quiero existir. Soy un espectador, dejo que se desarrolle solo. Hasta el momento no había soltado ninguna gotita salada. “¿Que pasa Tiani?”, le pregunta con voz dulce. De repente su única respuesta es sumirse en un llanto manipulador seguido de una explicación sollozante. El amor o engreimiento maternal no lo calman. Pasaron más de diez minutos y el niño es una fuente de lagrimas con circuito cerrado reciclable –cómo no se deshidrata-. Parece que cada gota está metódicamente pensada. Luego de negociar un bolsa de Chin-Chin y un poco de gaseosa, ambas resultan mucho mejor que un ‘ñeju-ñeju’ de su madre - “A ver invítame”-.

FUTURO FIERO

Muchos dicen que llegó para destronar a su tío ‘Goy’, pero la verdad es que llegó para crear su propio imperio. Aún tiene tres años y medio, sin embargo veo en él la terquedad y autosuficiencia que conozco –por experiencia-. Reniega más que cualquier niño que me haya cruzado. Decide. Compara. A pesar de que, actualmente, atraviesa la etapa del “Yo”, comparte algunas cosas –la mayoría de ellas por disgusto-. Siempre desacuerda con todo. Glenda alega que lo hace para sentirse poderoso. Me inclino por la teoría de llevar la contraria por llevarla. A pesar de todo, es un niño.

Nada saca de mi cabeza que no importa cuál profesión escoja de grande, sobresaldrá. Quizá sea vagoneta, quizá empiece a conocer de vicios, quizá le guste la música, quizá tenga interés por la Biología, quizá le guste recoger basura, quizá conozca mucha gente, quizá le rompan el corazón. Puede suceder todo eso y más, pero será líder de su propia vida. Mutará. Será el mejor león del mundo.

lunes, 14 de julio de 2008

NI UN SEGUNDO MÁS

La mínima expresión del tiempo fue la máxima de muchos. Irremediable es dejarnos a oscuras cuando alguien apaga su luz.

Cinco de la mañana, Segundo se levanta religiosamente como toda madrugada por un problema incontinente. Sale del baño y resbala, cae bruscamente. A sus 91 años no tiene la fuerza necesaria para andar solo y mucho menos para detener una caída. Grita, llama a alguien con apuro. “¡Blanca, ayúdame!”. De la habitación contigua viene ella con sus 90 años, esposa y amor, caminando lento, usando como apoyo la pared. Enciende la luz, lo ve en el suelo intentando ponerse de pie por sus propios medios sin conseguirlo. Tomándolo del brazo jala con fuerza, no lo logra. Respira y vuelve a intentarlo, nada. Decide arrastrarlo, no fue por mucho.

Segundo sigue con la espalda sobre el frío piso de cemento, el tiempo pasa, y ambos, con la poca energía que sus cuerpos les da, al mismo tiempo se van quedando sin ella. Blanca sale a la calle con un grito sordo clamando por ayuda, no mucha gente puede oír su quebradiza voz. Sin embargo, para alivio, pasa trotando un vecino al que se le ocurrió hacer deporte esa mañana. La percibe asustada, entra a la casa sin pensarlo para luego sumergirse en semejante escena. En medio pestañeo ya tiene a Segundo en brazos y lo recuesta sobre su cama, pregunta si puede ayudar en algo más y se marcha. “Gracias, muchas gracias”, parece decirle Blanca con los ojos, sin poder demostrar su gratitud total.

Ahora solos, “El Viejo” y “Blanqui”, como se llaman mutuamente, deciden continuar con el descanso.

-Aquí te dejo para la leche y el pan del desayuno. Deja mi bastón cerca y anda, solo quiero dormir-, le dice Segundo con voz de mando, como siempre lo hizo.

Seis y quince de la mañana, llega impaciente una de sus hijas acompañada de su incondicional esposo. Fueron telefoneados por la casera que vive en el segundo piso y que arrienda un área de la primera planta de la casa a sus padres, quien preocupada por los extraños ruidos y madrugadora bulla, decide avisarles. Encuentran a cada uno en su cama, despiertan a Blanca para preguntarle lo sucedido y ella, soñolienta, responde: “Está allá, dormido”. El yerno entra en la habitación, se le acerca y es correcto, está dormido, pero no respira.

La conmoción se apodera de todos, no es posible, Segundo está sano dentro de todos sus achaques propios de la edad. Al poco rato llega su médico para revisarlo, aun cuando sus corazones no quieren que corrobore lo obvio. Blanca aduce que está dormido profundamente, que están equivocados. Se aferra con feroz vehemencia a esa idea, negándose a creer que su compañero de toda la vida ya no despertará. Finalmente, solo queda el diagnóstico del doctor: embolia cerebral producto de la caída. De la forma más serena, despreocupada y tranquila, libre de sufrimiento y de toda predicción, Segundo fallece, mientras soñaba.

SIEMPRE ENAMORADOS

Se mudaron hace poco a dos cuadras de la casa de mis viejos en Trujillo. Una ‘achorada’ zona popular, por suerte más civilizada que lumpenesca, ubicada a vente minutos del centro de la ciudad o a veinte metros del cerro más poblado. En la mitad de un pasaje, diseñado con un patrón de construcción homogéneo para viviendas, está el último nido de estos dos tórtolos de antaño, mis abuelos (padres de mi papá).

Sí, hablo de Segundo Flores o “Don Flores” o “El abuelito”, como le decíamos sus nietos, y de Blanca Bockos, alias “La aguallita”, por abuelita. Recuerdo a mi abuelo como un moreno ya enjuto y delgado, hablaba fuerte y escuchaba débil, nos obligaba a rompernos la garganta para poder mantener una conversación con él. Siempre pulcro para toda ocasión, incluso para contestar el teléfono. Podía salir sin su bastón, pero jamás sin su boina. Iba enchompado hasta en los días más criminales del sol, con la mirada firme y testaruda, como sólo él podía tenerla.

Todo lo contrario es Blanca, como su nombre lo dice, blanca. Dos bellos zafiros tiene por ojos, pequeña y frágil, pero sólida en su interior. Se viste de morado durante todo Octubre y lanza bendiciones como gotas de lluvia. Asombrósamente risueña, se lleva de encuentro a la mejor anfitriona del medio, así es ella. Aunque por ahora queda con una larga expresión de melancolía.

Rentaban la mitad de un primer piso, más o menos era casi como tener un zapato con una división transversal desde los dedos hasta el talón, introducir el pie en cualquier mitad y usarlo así. No entraba mucha luz natural, por lo que era una ley encender el fluorescente circular de ese ambiente durante el día. Bastante pequeño, fácilmente se puede utilizar el concepto de sala-comedor-cocina en un único espacio en donde entraría raspando una camioneta familiar.

Sin embargo, con ingenio, fue posible que acomodaran -una a una- las docenas de fotografías obsequiadas de sus cuatro hijos, varios nietos y bisnietos. También un televisor ‘penúltimo’ modelo, un ventilador que funcionaba cuando quería, una mesa y algunas sillas de fierro, un estante de madera un tanto torcido para platos y latas. Y si la camioneta existiera de seguro también habría cabido. Allí pasaban la tarde leyendo el diario, mirando el aburridísimo canal del Estado, conversando o simplemente mirándose sus -hasta ahora- enamorados rostros. Escribo en pasado, por que no se repetirá, al menos no en esta realidad.

FLORES PARA DON FLORES

Ando retrasado, a destiempo como siempre, son más de la una de la tarde y no estoy en el salón velatorio. Por fin, me liberé del tráfico consiguiendo llegar. Apurado entro y veo el féretro justo frente a mí. Me detengo un momento, inhalo profundamente un poco de fuerza y paso a sentarme. Saludo a quien me mire, mientras busco a alguien conocido. De pronto noto que estoy solo. “Que raro ¿En donde estarán?”. Ya casi para quebrarme, me doy cuenta de que estoy a punto de llorarle a una tal Julia Rosales. ¡Idiota cósmico! Llegué tan rápido que entre a un velorio distinto. Sin roche me quito sonriendo.

Cauteloso me aproximo a otra puerta, esta si es la correcta. La nueva habitación momentánea de Segundo es amplia y rectangular. Aproximadamente veinte metros de largo por cinco de ancho, con losetas blancas y una tonalidad amarilla en las paredes que da la sensación de ligero consuelo. Tiene 51 sillas, todas con el respaldar contra la pared, de las que sólo seis están ocupadas. Al fondo se encuentra él, irónicamente rodeado de flores que vienen de otros Flores, con la tapa abierta de su sencilla cama de madera. Lista para quien tenga el coraje y valor de mirarlo soñando, ese que yo no tengo en este momento. Y que tampoco tendré.

Me siento junto a la hermana y la cuñada de mi papá, casi instantáneamente entran y se acercan hacia nosotros dos señores canosos que me presentaron como los amigos del abuelito. Se ven estables, cuando uno de ellos decide pasar a verlo. Instantáneamente se desmorona por la ahogante pena, sollozante va hacia una silla. Ahora era un tipo distinto que no tenía nada que ver con el que llegó.

-¡Los valientes se van primero!, dice eufórico. Supongo que lo hace como método para mirar el vaso medio lleno y no medio vacío.

Una hora y media después el traicionero estómago me ametralla, necesito comestibles. Un tío me mira con cara de “no eres el único, también tengo hambre”, y nos vamos. Más relajado en el almuerzo, que las hermanas de mi mamá nos ofrecen -como siempre-, escucho desde agradecimientos por estar aquí hasta historias de un tipo que, hace años, hacía canchita con un cañón de guerra.

Ya son las siete de la noche y regreso con mi abuelo. Hay menos espacio libre, pero aún sigue siendo mucho salón para tan poca gente. Veo a “La aguallita” sentada entre varias señoras que parecen sacadas industrialmente en serie. Creo que llega una edad en que todas se ven iguales: mismo corte, mismo tinte, mismo perfume apestoso. Me acerco a saludarla como siempre lo hago, tomándola del rostro y dándole un beso en la frente. ¡Cataplum! No me reconoce, cada vez ve menos. Esos ojos de bruja, como ella los llama, la están traicionando. Tomo asiento junto a ella.

Empiezo a conocer a mucha gente, familia cercana según dicen, son las otras ramas del árbol. Me presentan a la tía del primo que alguna vez fue el cuñado de la hija que era tío abuelo del vecino desconocido de mi tía Ruth y que me vio ‘así de chiquito’ -poniendo la palma de su mano hacia abajo, casi a la altura de su cadera-. La señora medía medio metro, no soy tan alto, pero no creo que haya sido yo la verdad. Mientras tanto le hago bromas a Blanca, para que pierda por unos segundos, al menos, esa tristeza que no la caracteriza.

Se decide empezar un rosario, siempre me pareció un acto maratónico de fe. ¡Qué carajos!, es mi abuelo, lo haré. Vamos ubicándonos haciendo un medio círculo alrededor de él, cada uno toma su posición, la hermana de mi mamá actúa como mediadora y da la partida. Una hora después, hemos acabado, y siento una extraña paz, dio resultado. En este momento van repartiendo el esperado café pasado y el pan con queso, algunos ríen. Es gracioso, fue imposible no notarlo. Durante la oración muchos quedaron al descubierto y quedó comprobado que sabían la letra del tema del verano, pero no del Ave María. Una de las rocazas: “…bendita seas tú entre todas las pecadoras y bendito es el fruto de tu vientre corazón. Amén”. 'Ya cuñao'. Hasta mi abuelo se hubiera reído. Menos mal que se dio cuenta por si mismo y cambió del lugar, luego supe que no era católico.

Ya es casi media noche y están por cerrar el lugar, a menos que queramos permanecer adentro hasta el otro día, tenemos que salir. Cada quien hace lo suyo: barremos el piso, recogemos las bandejas, ordenamos las sillas, botamos la basura y finalmente apagamos las luces.

DILUVIO DE LÁGRIMAS

Hoy entierro al papá de mi papá, soberano desconsuelo. Todos en la misa somos unos incrédulos consternados, todavía no lo asimilamos. O al menos yo no. Tampoco hay mucha gente, pero sí los mismos de ayer y un tanto más. Desde aquí puedo ver –nuevamente- la cápsula de mi abuelo. Digna, con ese color marrón brillante, merecedora de alguien como él. Tiene la puerta abierta y está situada frente a una imagen colorida de Jesús para darle mayor paz, eso espero.

El sacerdote habla de la muerte como un estado de gloria que deberíamos envidiar, trata de acolchonar los corazones destruidos de todo aquel que sufre por el inesperado evento. Canciones de letras inmaculadas acompañan las palabras. Es el momento de la paz, muchos se abrazan, otros se toman del antebrazo en tono cordial.

Me dirijo a darle un abrazo a mi abuela, sentada en una silla de ruedas rezando sin cansancio se encierra en su mundo, la puedo ver mientras me acerco. Ni sus lentes oscuros pueden ocultar esas lágrimas de resignación.

-Quiero despedirme de mi amor, dice. -Por última vez-, agrega. Le avisan que necesita esperar a que la misa culmine y a que el cura dé la bendición.

Termina la ceremonia, la canción de cierre martilla a muchos, los destroza. Nos dan unos segundos para dar el último adiós. Que vayan los demás, yo no pienso acercarme. Un tío me pide ayuda para levantar a Blanca de la silla, me aproximo y accidentalmente miro de soslayo las venosas manos entrelazadas de Segundo. Un ‘escalogélido’ me desvía la mirada y quedo paralizado. “¡No quería verlo, diablos. No quería!”. No pienso, no reacciono; empiezo a parpadear lento y de a pocos. Nadie lo nota, paso piola, voy a un costado y espero.

Por fin la cierran, en hombros mi abuelo se retira de la iglesia. Gente bicolor, de blanco y negro, va saliendo detrás de los cuatros muchachos contratados para cargar semejante tronco. Afuera nos esperan seis vehículos negros, los ví cuando llegué. El primero lleva las lágrimas, el segundo es la carroza que transporta al ‘suertudo’ -según el cura-, detrás van tres autos con familiares cercanos y al último, una custer con los demás asistentes que quisieran acompañarnos. Nuestro destino es el Campo Santo que está camino a la playa, mucho verde por doquier. El mejor, creímos.

En caravana llegamos juntos, el ambiente tiene una vibra vaticana. Cada cincuenta metros hay otro grupo de pingüinos de distintos lugares, diferentes clases sociales, diversas costumbres, pero todos sintiendo lo mismo. “¡Urra!” Tengo un sitio preferencial, toldeado y alfombrado. Es la primera vez en la vida que realmente me gustaría ceder el asiento a cualquier señora. Comienza la última ceremonia de protocolo, volteo y cuento que sólo somos veintitrés.

No cantando, ni tampoco hablando, el cura que nos asignaron tiene un estilo franciscano de pronunciar las oraciones. Las dos hijas de Blanca, flanqueándola, lo escuchan, la toman de la mano antes de que se desvanezca del todo con los minutos. Una desconocida indica en que momento debemos lanzar las rosas blancas que nos dieron, así como los tiempos de levantarnos y sentarnos. Me aburro de eso y quedo de pie.

Nadie quiere que llegue el momento de bajar a Segundo, se nota en sus rostros. Usualmente es allí cuando terminan de desplumarse, incluyéndome. Un ayudante enciende el pequeño motor, la máquina calienta y todos se miran, como pidiendo por un instante más. Empieza a descender lo que es la última pertenencia de mi abuelo, esa cajita que contiene a un integrante de ese grupo de grandes maestros que todos tenemos. Sostenida por cuatro fajas verdes, dos en cada lado largo, va descendiendo los cuatros metros hasta la urna de cemento que lo guardará por siempre.

Un diluvio salado inunda la escena, el nicho acordonado tiene la atención completa, es su momento estelar. Mientras tanto, escucho a Blanca con voz líquida preguntarle a una de sus hijas:

-¿Está dormidito, verdad?- buscando una respuesta de consuelo ella, ahora, tiene que aprender algo más a su edad, debe aprender a vivir feliz una vez más. En este punto tengo que bloquear mis emociones, es mi responsabilidad escribir. Pensar frío, eso es, apuntar los detalles de todo lo que sucede a mí alrededor. No es fácil hacer de juez y acusado al mismo tiempo, a eso le sumo los molestos mosquitos que tampoco me dejan caer por distracción. Una suspiro seguido de una lágrima que no dejo salir son todo lo que doy.

Una vez abajo, espero a que la tierra termine el trabajo, pero no hay ni un saco de esta. Minutos antes ya había visto que los nichos son una especie de camarotes fúnebres. Es decir, entran tres en un solo hueco, uno sobre otro y cuando se complete recién es rellenado. Puedo entenderlo gracias a la explicación del cuñado de mi mamá. Mi abuelo es el primero, por lo que sólo ponen una reja verde, la lápida y dos lágrimas sobre esta. Queda descubierto hasta que llegue el siguiente compañero de habitación.

Ya todo terminó, lo imaginé más doloroso, pero no fue así. Desfilan por Blanca los pocos asistentes, dando el ‘más sentido pésame’. Acordamos terminar el día juntos, los Flores que estamos presentes y otros más. Subo a “La aguallita” a su auto destinado, la miro y le doy un beso en la frente, no sé de cuánto sirva decirle que todos nos encargaremos de su futuro, aunque eso no tiene ya importancia para ella en este momento.

-Me quedé sola, sin mi viejito- dice, extrañamente serena. Es una de las pocas veces en que no sé que responder y no encuentro mejor forma que contestarle con un abrazo. Doy un último vistazo a la nueva casa del abuelo, subo al sedán y me marcho. Por la ventana, el verde se cubre de un anaranjadizo celaje, mientras me pongo el cinturón de seguridad sonriendo. “Ahora estás junto a tu hijo, cuídate y cuídanos también. Ya nos volveremos a ver en algún sueño. Hasta luego, Don Flores.”

UN ÚLTIMO PASEO

Tengo todo listo para viajar, ya hice lo mío aquí. Son las diez treinta de la noche, mi autobús sale en una hora, creo que puedo hacer una efímera visita. Decido fungir un paseo por los alrededores de la casa de mis viejos, quienes no pintan en este relato por no poder regresar a tiempo del extranjero. Paso por esa calle vagamente iluminada, entro, avanzo y llego a la puerta. Observo la placa azul con filos grises de la dirección: José Pinelo 315. Por un segundo se me ocurre tocar. “No seas tonto, que haces, nadie te abrirá”.

Inoportuno el maldito recuerdo del abuelo contándome por las tardes historias sobre sus gallos de pelea en Laredo, sus paseos de niño por los valles de Casa Grande, sus roces con el mundo de la pesca en Chimbote. Siempre tenía un lugar y tiempo distinto para cada relato, era un banco con más de 90 años de anécdotas. Ni Los Simpsons tienen tantos episodios. Jamás me aburría. Podía sentarme, no horas, pero sí mucho rato y sólo escucharlo, era una mezcla de diversión e interés. No encuentro la palabra, ya la busqué.

Ahora todo pasó, ya todo terminó. “Feliz debes estar, de hecho que sí”, y miro su única ventana. Adentro debe estar aquel pedazo literario que una de mis hermanas encontró junto a su cama. Nunca creí mucho en las casualidades de la vida, sino en los destinos forjados; sin embargo, esto me atonta. Sobre su mesa de noche, había un libro de J.J. Benítez abierto, leía Caballo de Troya. No recuerda la página exacta, quitó el par lentes de encima, descubriendo las líneas de un nuevo comienzo: “…Y allí estaba él, tranquilo, deseando descansar. Dejando todas las cosas listas, caballos en cabañas y esclavos en barracas. Se quedó mirando su pequeño imperio y durmió…”. Adiós.

viernes, 11 de julio de 2008

PRESOS DE UN “ASHÚ”

Una conclusión que quiere volverse sentencia en busca del porqué de ese perenne resfriado nacional. La catarsis nocturna más productiva de mi vida resolvió que el Perú es un país con Alzheimer que no fracasa, pero que tampoco se raja.

Leche, panacea de muchos; una cara amarga para mí. No hay nada más en la refrigeradora y de la despensa, ni hablar. La noche se ensaña conmigo, tiene como cómplices al sueño y el hambre. Ventanas herméticamente cerradas, televisor estúpidamente encendido, luces roñosamente apagadas. Mi actual cueva, un apartamento de la capital que funge de frontera entre dos distritos que nada tienen que ver uno del otro.

Soporto un hilo de viento frío que entra y revolotea en mi habitación. No sé como llegó hasta al quinto piso, parece una mariposa feliz en primavera. Viene, planea, congela mi cama y se vá. Maldita. Como si tuvieras otros a quienes joder el resto de esta noche. Agradece que estamos en el 2007 y estoy buena gente. Creo.

Se aproxima, llega un recuerdo tardío. Miro el reloj -doce con treinta-, debo escribir un ensayo para exponerlo en la mañana. No incluyo mis religiosas horas de sueño, hago un cálculo rápido. Tengo menos de ciento veinte minutos para terminarlo. No way. Imposible, cómo dije al comienzo, no es mi bloque más lúcido del día -o de la noche, si se quiere-.

Todos mis intentos se interrumpen por un abanico de pensamientos que nada tienen que ver con el tema y que bombardean mi cabeza -sin piedad- justo en el instante que menos los necesito. De seguro también te sucede antes de comenzar algo importante. Los seres humanos tendemos a perdernos en cualquier recuerdo, mas no en lo que se supone que debemos cranear. Me carajeo. Decido arrancar.

Aparecen de la nada un par de grilletes, enmarrocándome. No son de acero, sino de pereza. Es mejor dejar a este Pilot escribir algo brutalmente genial en esta noche -o morir en el intento-. A propósito del lapicero, no recuerdo cómo lo conseguí. Quizá al igual que la mayoría de los útiles de escritorio que todos tenemos. Mira los tuyos por ejemplo: un cuarto de ellos te los regalaron en calidad de merchandising, el otro cuarto nunca los devolviste y la mitad restante, pues, digamos que fueron hechos para tí.

A todo esto y antes de continuar, llegó la tanda de preguntas por el millón de soles -redoble de tambores-. ¿Te fijaste en lo que acaba de suceder? ¿Notaste que vas leyendo por dos minutos a un perfecto desconocido por curiosidad? Y la más importante: ¿Te diste cuenta de que ni el sueño ni el hambre impidieron que pisara el acelerador?

Tu respuesta es sí, lo sé, obtuviste el millón. No me cabe la menor duda de que lo ganaste, eres un peruano naturalmente inteligente. Eres tan inteligente, creativo y capaz -tanto o más- como cualquier chinito del otro lado del mundo. De los que inventan miniaturas superhiper tecnológicas, conservando la licencia para ufanarse de sus logros.

Encontré la llave de mis grilletes disfrazada de necesidad por presentar una última exposición del ciclo. Fácil sería improvisar, después de todo, tengo el curso aprobado y un catorce o quince no me aniquilarán –eso espero-. Un segundo, dos preguntas más acaban de aterrizar en mi impaciente cerebro: ¿Y sino resulta lo suficientemente bueno, es decir, y si me voy de cara? O peor aún ¿Para que escribir, si esa calificación a media caña no me hará repetir el curso? Lo más curioso es que con cualquiera de estos cuestionamientos no llego a ninguna solución.

Aplaudo a Camilo Cruz, autor de “La Vaca”, cuando asegura que el verdadero enemigo del éxito no es el fracaso, sino la mediocridad y el conformismo. ¡Camilo, eres más grande que el Maestro Joda! -que ironía. Estos grilletes simbolizan todo aquello que nos mantiene atados a un país de mediocridad y a la mentalidad de ese perucho conformista. Representa todo lo que nos invita al conformismo y, por lo tanto, nos impide utilizar nuestro potencial al máximo. Aquí, allá, en cualquier parte del globo, existe una gran mayoría que carga –cual ipod- con sus personalísimos tipos de grilletes. Veamos que aprendí del maestro Cruz:


Por un lado, los disfrazados de excusas: pretendemos explicar porqué no hemos hecho lo que debemos hacer. Por otro, los forjados de miedo y pensamientos irracionales: nos mantienen paralizados en un solo lugar y no nos permiten actuar. Por el medio, los rellenos de falsas creencias: desmerecen nuestras propias habilidades, así como me sucedió al inicio. Por último, los que pasean en la cañaza de la gran justificación: hemos hecho uso de ellos mucho tiempo para justificar por qué este país está donde está. Ideas con las cuales tratamos de convencernos a nosotros mismos, y a los demás, que la situación no está tan mal como parece, a pesar de que ya no podamos soportarla ni un interminable minuto más.

¿Viste? ¿Lo notaste? Tu Perú y probablemente tu vida, también, están llenos de excusas. Ahora convertidas en la forma más cómoda de eludir nuestras responsabilidades y, claro, justificar nuestra mediocridad al buscar culpables de todo aquello que siempre estuvo bajo nuestro control. Recibí la tarea de escribir sobre la problemática del país, esa gripe crónica que nos hace estornudar día tras día, mes tras mes, año tras año. Siempre. La política, la economía, la sociedad, todos con influenza. Un refrito, ya para qué.

“Perú S.A.”, esa rojiblanca corporación de la que todos somos dueños, tiene la gerencia más desafortunada del planeta. No soy partidarista, tampoco agnóstico político, pero creo tenerla clara. Somos nosotros quienes los contratamos, quienes votamos. Entonces, cordialmente, te invito a tomar la torta de la responsabilidad y a partir una tajada para tí. La culpa se divide y se invita también.

Si cometiste el gran acto de marcar por los carismáticos faranduleros, caballero, asumiendo no más. Cómicos, cómicos desconocidos, porristas, porristas desconocidas, cantantes, cantantes desconocidas, funcionarios, funcionarios desconocidos y que no funcionan. Todos intentan postular a las cómodas sillas del hemiciclo, sin la documentación previa ni el conocimiento necesario para justificar ese pacto de fe otorgado. Lindo cheque, repugnantemente envidiable. Sin contar los extras, ojo.

Suscribo una teoría: los peruanos tenemos Alzheimer, lo olvidamos todo, seguimos eligiéndolos para apadrinar a esta nación. Acto seguido, nos quejamos cual niños confundidos en los noticieros de la noche. Una tara muy común, un ‘run-run’ ya conocido: “¡No hay trabajo en este país!”, “¡Ese caballo loco nos está hundiendo otra vez!”, “¡Por la culpa de ese Congreso hace frío en nuestra localidad!”, “¡Las llantas de mi taxi reventaron y el culpable es este gobierno!” –una ostra olímpica-. Piensa, nuestras justificaciones poco a poco se van degradando, llegará el momento en que lo absurdo será lo más racional.

Existen grandes verdades en las excusas aplicando la del criollazo. Si buscas una disculpa para exculpar cualquier cosa, ten la plena seguridad que la encontrarás sin la mayor dificultad. Es más, encontrarás a otros como aliados, no importa que tan absurda o irreal sea. Siempre estará tu amigo, el contertulio, ese que se sienta contigo a tomar una chela en el muro afuera de tu casa: “Yo sé cómo te sientes porque a mí me sucede exactamente lo mismo”. Lo peor no es que te sientas mal, lo peor es que una vez dadas reverendas piedras, absolutamente nada cambiará en tu realidad, ni en la de tu vida.

Claro, nunca falta “el realista”, el conocedor, el que todo lo sabe y lo siente. Haz la prueba. Pregúntale a un amigo positivo si es optimista, con certeza te dirá que sí. Ahora, pregúntale al conocido que no te cae nada bien, al de la actitud negativa, que si es pesimista. Te dirá que no lo es, que simplemente es realista. ¡Tremendo looser!.

Acepta que eres pesimista, negativo o amargado, y posiblemente tarde o temprano decidirás que necesitas cambiar y optes por buscar ayuda para hacerlo. Sin embargo, mientras creas que eres realista, lo más probable es que no sientas la necesidad de cambiar. Después de todo, ser realista “es tener los pies sobre la tierra y ver las cosas como son”. O, al menos, así se defienden.

Observa, oye, siente por donde vayas. Los grilletes serán tu sombra a diario. Trepa a un micro, custer, combi colectivo, taxi, mototaxi o lo haya en donde vives. Fíjate bien, vas a encontrar autoadhesivos -por millones- parafraseando una seuda sabiduría mediante supuestas joyas populares. Lo único que logran esas frases es hacer más llevadero el conformismo. Guardafango: “Es mejor malo conocido que bueno por conocer”. Parabrisas –junto al perrito que mueve la cabeza-: “Unos nacen con buena estrella, otros nacemos estrellados”. Y la más brava, la roquita que mamá o profesor nos lanzaban cuando perdíamos las olimpiadas del colegio: “Lo importante no es ganar o perder, sino haber participado”. Ya vieja, paga mi uniforme no más.

Analízalo, nota que no encierran ninguna verdad, sólo son los grilletes populares que nos mantienen atados a las excusas que oportunamente utilizamos para justificar una situación de conformismo. Después de todo, “mal de muchos es consuelo de tontos”.

Ni erudito contemporáneo de la sabiduría espiritual, ni conocedor de las leyes del éxito como Deepak Choppra –el cangri-. No me acerco en lo mínimo, estoy a años luz de eso. La historia es esta: Mi papá, auditor de mucha experiencia con dotes de arquitecto y que se cree chibolo. Mi mamá, educadora matemática de vocación a quién deberían canonizar. Mis hermanas, entre profesoras, contadoras y administradoras. Tres de ellas podrían vivir en un set de televisión de por vida y la restante necesariamente sería la productora. No vive sin dirigir.

Yo, comunicador audiovisual en formación con aptitudes de artista dramático plástico –¡Ja! Titulazo, pero no encuentro forma más resumida-. Detesto los números, los politos con cuello y la ropa ‘de marca’, el peine, los líquidos calientes, la mentira, la formalidad, las poses sociales y el humo –porque me mata-. A veces me deprimo sin explicación, otras me alegro sin las mismas. Soy flacucho, pero guardo la esperanza de pesar más de 70 kilos, al menos en materia gris. Lateo con un mp3 en mi propia película. Maldigo. Tengo un affair vitalicio con el azul eléctrico. Me jodo a mí mismo como nadie –y me río-.

De niño siempre escuché: “Que lindo dibujas, deberías dedicarte a eso de grande”. Y un etcétera infinito de consejos. ¡Stop baby!, pero si soy bueno en ese rubro ¿Necesariamente tendría que dedicarme a eso? ¿Limitarme a un solo espacio? ¿Porqué no lanzarme con otra cosa? ¿Porqué no jugármelas en aprender algo distinto?. Supongamos que soy creativo, pues, si realmente lo soy, tendría que serlo en todo. Y te lo digo en una, que no se diluya tu fe. Si otros creen que lo tuyo no es rentable, con el respeto que se merecen: váyanse un ratito a la mierda. Los queremos todos.

Ya mayor me decían -con trompetas-: “Eres bueno diseñando, es lo tuyo”. Eso podría haber generado unos cuántos grilletes de parálisis, como si mi vida estuviese destinada a ese fin. Casi, casi como si el inoportuno Señor Destino lo hubiese programado desde antes.

En sumas cuentas, la persona saca conclusiones erradas a partir de premisas equívocas que ha aceptado como ciertas. Algo así. Primera Premisa: Siempre me dijeron que soy bueno para dibujar y diseñar. Segunda Premisa: Ya que soy bueno para eso, como ellos dicen, es lo que haré toda mi vida. Conclusión: Dibujaré y diseñaré siempre, aun cuando sepa que tengo otras aptitudes que desarrollar, de todos modos, la gente me apoya.

Efectos más devastadores que esos, imposible. Generalizaciones que nosotros mismos nos hemos encargado de crear en nuestro fuero interno. No te autodestruyas, no crees un círculo vicioso. Tus cachorros podrían copiarlo también y nuestro país -retomando el tema central- seguirá resfriado eternamente. Que no suceda, que no te envenenen, zúrrate en las críticas. Si no resulta como quisiste, no fracasaste; aprendiste y puedes intentarlo otra vez. Enorgullécete de ser un cholo(a) terco(a).

No se me ocurrió mejor cosa que poner en calidad de ratones de laboratorio a mi familia y a mí para este ensayo. Sólo espero que no se enteren tan pronto. Ruego que sirva haber sacrificado su intimidad con tal de haberlo dejado claro y explicar como actúan las complicaciones en tí. Me desprendí del los grilletes de las falsas creencias. Hasta antes de ingresar a la universidad no sabía que podía mandarme con tanta letra en un papel. También sirvo para esto. ¡Oh, yeah!

Dejemos las justificaciones del lado. Basta de excusas como apañadoras de nuestros actos, que Disney se encargue de los cuentos clásicos, nosotros no. El profesional orgulloso: “Al menos tengo trabajo, peor es nada”. El seudo emprendedor: “Alucina que yo sí quiero hacerlo, pero es que no tengo tiempo”. El universitario ganador: “¡Pasé con once, buena!”. El golpeado de por vida: “Si mis padres no se hubiesen divorciado, fácil me hubiese ido mejor”. El MYPE: “Es que en este país no hay apoyo”. El adulto sabio: “Sino lo aprendes de niño, mucho menos de grande”. El cuasi lector: “Me gusta leer, pero nunca encuentro la lectura adecuada”.

Reservo un párrafo aparte para el último, se lo merece. Después de este ya me río de todos, olvídate. La del filósofo con fe: “Si Dios quiere que triunfe, Él me mostrará el camino. Hay que esperar con paciencia.”. Consejo: Créeme, no eres el único al que tienen que mostrárselo, así que anda avanzando hasta que el ticket indique que es tu turno.

Acabo de botar una tonelada de mugre y no fue necesario invitar a un psiquiatra a esta fiesta. Una catarsis de ideas con respecto a mi Perú y su gente resultó ser. Incluyéndome. Resulta irrisorio saber que hay más de veintisiete millones que apelan a la mediocridad como forma de vida.

Quedó claro que hacer el mismo análisis de la problemática nacional, no funciona. Considero tanto importante como práctico el recordar los motivos por los que seguimos atados a lo mismo. Dar pie hacia la abstracción personal, hacia el ejercicio del diálogo interno. Donde en ambos casos, si es preciso, nos demos con fierro al darnos cuenta de que el hombre es el único animal que comete el mismo error dos veces.

Terminando y antes de que muera la tinta, estos grilletes no existen en realidad, porque son agregado mío y los acabo de inventar. Sin embargo no hay duda de que están adheridos a tí. En otras palabras, no son personas, circunstancias reales, ni limitaciones físicas. Por el contrario, son ideas que albergas en tu interior. Identifica los tuyos. Determina las creencias que representan. Diseña tu balanza entre lo positivo y negativo. Revisa las consecuencias que resultarían al deshacerte de eso. Define nuevas actitudes y patrones de comportamiento. Dejar de sentirse jodido es una decisión, pues decide. En caso de no ser suficiente, tómate una 'desahuevina' forte sin agua. Que raspe.

No pretendo cambiar el pensamiento del país entero, no es la intención, no pienso en quimeras. Te lo dije en un comienzo, eres naturalmente inteligente como para darte cuenta de que no podemos continuar viviendo en el subsuelo de nuestro verdadero potencial, siempre apelando a la “Ley del menor esfuerzo”.

Camilo Cruz lo explica al detalle en su libro, cómetelo. Olvidaste el nombre, es probable, se llama “La Vaca”. Entonces, como si fueses una, rúmiate una última máxima: Quizá tengas las mejores intenciones de mejorar al Perú y por lo tanto tu vida. Te consideras capaz por dentro, pero recuerda que no es lo que somos, sino lo que hacemos los que nos define como personas. Mientras puedas justificar algo, no será necesario remediarlo. Si te quedas pensando como antes, ya es tu roche. La diferencia es que yo te lo planteé en grilletes. Y es que no me gusta la leche.