miércoles, 25 de febrero de 2009

EL SUERO DE LA LIBERTAD

Furia. Encender una Harley-Davidson y acelerarla es como tocar una despiadada sinfonía pavimental de un motor sin ley. Quién se atreva a pensar que solo es conducir, no debería haber dejado el triciclo jamás. La compañía de motocicletas que factura más de 934 millones de dólares anuales en todo el planeta, inyectó en el Perú el mejor veneno para las almas que decidieron vivir de un arrancón: Harldrenalina pura.

Diez de la noche. Es jueves y el Bar Arango de Surco recibe a los comensales más encuerados que pueda atraer. Dos brillantes filas de estas máquinas adosadas protegen la entrada principal. Rugen. Mamá y papá llegaron a cenar. Linda foto, motociclistas todos. Serlo en nuestro país es casi un lujo y del Club Harley-Davidson, un gran privilegio. Actualmente, sus miembros son ya más de un centenar, quienes gracias a la iniciativa del corredor Nieto Johamovich -primer dealer de la marca en Lima- cumplen un deseo al venir recorriendo los distritos de la capital y otras ciudades desde 1997. Once velitas.

Ellos, de día, encorbatados y circunspectos profesionales; de noche, todo traje polipima y parsimoniosa postura quedan en casa. Salir bajo el negro cielo a las calles es el verdadero quehacer de gente como Eduardo Sal y Rosas, presidente del Club. Abogado que se dedica a gerenciar su propia compañía importadora de máquinas tragamonedas y distribuidora de cosméticos. Okey, no tienen nada que ver. Pero tampoco la moto. Sin embargo, logró encontrar hace años un verdadero sentido de vida sobre el ruido de 350 caballos de fuerza y la pasión correcta. Ejemplo que corrobora la frase que me regaló Luis Giusti, ingeniero mecánico y ex presidente -o past president, como dice su personal card-: “Existen dos tipos de motociclistas. Los que tiene una moto y los que tienen una Harley”.

Para ser parte del Club no solo son necesarias las botas, los guantes, las gafas, el pañuelo, la casaca o los 70 dólares de aporte mensual. La buena ‘facha’ oscurantista, pero lo esencial se porta dentro. La actitud ‘harlista’ llegó a ser una mezcla de glóbulos rebeldes con plaquetas de cuero que van por el plasma de la libertad. Aunque, no son muy poetas a la vista, el construirlas ha logrado ubicarse en calidad de arte. Desde su fundación en 1903 por William Harley y Arthur Davidson, pasando por estrenos Hollywoodienses de los ochentas, hasta los 45 mil dólares que actualmente se puede desembolsar para regresar sobre una. Condiciones que reafirmaron su condición de joyas motorizadas. Gracias por el cherry Terminator.

A 180 kilómetros por hora, no se piensa en nada más que en esa línea amarilla interminable que nos persigue al flanco izquierdo. Y simplemente, disfrutar mientras que el horizonte deja de serlo para convertirse en destino. Reinventarse, transformarse. Nacer otra vez. O, cómo dice el rolón de Steppenwolf, himno: Born to be wild. Nacer para ser salvaje.