Una conclusión que quiere volverse sentencia en busca del porqué de ese perenne resfriado nacional. La catarsis nocturna más productiva de mi vida resolvió que el Perú es un país con Alzheimer que no fracasa, pero que tampoco se raja.
Leche, panacea de muchos; una cara amarga para mí. No hay nada más en la refrigeradora y de la despensa, ni hablar. La noche se ensaña conmigo, tiene como cómplices al sueño y el hambre. Ventanas herméticamente cerradas, televisor estúpidamente encendido, luces roñosamente apagadas. Mi actual cueva, un apartamento de la capital que funge de frontera entre dos distritos que nada tienen que ver uno del otro.
Soporto un hilo de viento frío que entra y revolotea en mi habitación. No sé como llegó hasta al quinto piso, parece una mariposa feliz en primavera. Viene, planea, congela mi cama y se vá. Maldita. Como si tuvieras otros a quienes joder el resto de esta noche. Agradece que estamos en el 2007 y estoy buena gente. Creo.
Se aproxima, llega un recuerdo tardío. Miro el reloj -doce con treinta-, debo escribir un ensayo para exponerlo en la mañana. No incluyo mis religiosas horas de sueño, hago un cálculo rápido. Tengo menos de ciento veinte minutos para terminarlo. No way. Imposible, cómo dije al comienzo, no es mi bloque más lúcido del día -o de la noche, si se quiere-.
Todos mis intentos se interrumpen por un abanico de pensamientos que nada tienen que ver con el tema y que bombardean mi cabeza -sin piedad- justo en el instante que menos los necesito. De seguro también te sucede antes de comenzar algo importante. Los seres humanos tendemos a perdernos en cualquier recuerdo, mas no en lo que se supone que debemos cranear. Me carajeo. Decido arrancar.
Aparecen de la nada un par de grilletes, enmarrocándome. No son de acero, sino de pereza. Es mejor dejar a este Pilot escribir algo brutalmente genial en esta noche -o morir en el intento-. A propósito del lapicero, no recuerdo cómo lo conseguí. Quizá al igual que la mayoría de los útiles de escritorio que todos tenemos. Mira los tuyos por ejemplo: un cuarto de ellos te los regalaron en calidad de merchandising, el otro cuarto nunca los devolviste y la mitad restante, pues, digamos que fueron hechos para tí.
A todo esto y antes de continuar, llegó la tanda de preguntas por el millón de soles -redoble de tambores-. ¿Te fijaste en lo que acaba de suceder? ¿Notaste que vas leyendo por dos minutos a un perfecto desconocido por curiosidad? Y la más importante: ¿Te diste cuenta de que ni el sueño ni el hambre impidieron que pisara el acelerador?
Tu respuesta es sí, lo sé, obtuviste el millón. No me cabe la menor duda de que lo ganaste, eres un peruano naturalmente inteligente. Eres tan inteligente, creativo y capaz -tanto o más- como cualquier chinito del otro lado del mundo. De los que inventan miniaturas superhiper tecnológicas, conservando la licencia para ufanarse de sus logros.
Encontré la llave de mis grilletes disfrazada de necesidad por presentar una última exposición del ciclo. Fácil sería improvisar, después de todo, tengo el curso aprobado y un catorce o quince no me aniquilarán –eso espero-. Un segundo, dos preguntas más acaban de aterrizar en mi impaciente cerebro: ¿Y sino resulta lo suficientemente bueno, es decir, y si me voy de cara? O peor aún ¿Para que escribir, si esa calificación a media caña no me hará repetir el curso? Lo más curioso es que con cualquiera de estos cuestionamientos no llego a ninguna solución.
Aplaudo a Camilo Cruz, autor de “La Vaca”, cuando asegura que el verdadero enemigo del éxito no es el fracaso, sino la mediocridad y el conformismo. ¡Camilo, eres más grande que el Maestro Joda! -que ironía. Estos grilletes simbolizan todo aquello que nos mantiene atados a un país de mediocridad y a la mentalidad de ese perucho conformista. Representa todo lo que nos invita al conformismo y, por lo tanto, nos impide utilizar nuestro potencial al máximo. Aquí, allá, en cualquier parte del globo, existe una gran mayoría que carga –cual ipod- con sus personalísimos tipos de grilletes. Veamos que aprendí del maestro Cruz:
Leche, panacea de muchos; una cara amarga para mí. No hay nada más en la refrigeradora y de la despensa, ni hablar. La noche se ensaña conmigo, tiene como cómplices al sueño y el hambre. Ventanas herméticamente cerradas, televisor estúpidamente encendido, luces roñosamente apagadas. Mi actual cueva, un apartamento de la capital que funge de frontera entre dos distritos que nada tienen que ver uno del otro.
Soporto un hilo de viento frío que entra y revolotea en mi habitación. No sé como llegó hasta al quinto piso, parece una mariposa feliz en primavera. Viene, planea, congela mi cama y se vá. Maldita. Como si tuvieras otros a quienes joder el resto de esta noche. Agradece que estamos en el 2007 y estoy buena gente. Creo.
Se aproxima, llega un recuerdo tardío. Miro el reloj -doce con treinta-, debo escribir un ensayo para exponerlo en la mañana. No incluyo mis religiosas horas de sueño, hago un cálculo rápido. Tengo menos de ciento veinte minutos para terminarlo. No way. Imposible, cómo dije al comienzo, no es mi bloque más lúcido del día -o de la noche, si se quiere-.
Todos mis intentos se interrumpen por un abanico de pensamientos que nada tienen que ver con el tema y que bombardean mi cabeza -sin piedad- justo en el instante que menos los necesito. De seguro también te sucede antes de comenzar algo importante. Los seres humanos tendemos a perdernos en cualquier recuerdo, mas no en lo que se supone que debemos cranear. Me carajeo. Decido arrancar.
Aparecen de la nada un par de grilletes, enmarrocándome. No son de acero, sino de pereza. Es mejor dejar a este Pilot escribir algo brutalmente genial en esta noche -o morir en el intento-. A propósito del lapicero, no recuerdo cómo lo conseguí. Quizá al igual que la mayoría de los útiles de escritorio que todos tenemos. Mira los tuyos por ejemplo: un cuarto de ellos te los regalaron en calidad de merchandising, el otro cuarto nunca los devolviste y la mitad restante, pues, digamos que fueron hechos para tí.
A todo esto y antes de continuar, llegó la tanda de preguntas por el millón de soles -redoble de tambores-. ¿Te fijaste en lo que acaba de suceder? ¿Notaste que vas leyendo por dos minutos a un perfecto desconocido por curiosidad? Y la más importante: ¿Te diste cuenta de que ni el sueño ni el hambre impidieron que pisara el acelerador?
Tu respuesta es sí, lo sé, obtuviste el millón. No me cabe la menor duda de que lo ganaste, eres un peruano naturalmente inteligente. Eres tan inteligente, creativo y capaz -tanto o más- como cualquier chinito del otro lado del mundo. De los que inventan miniaturas superhiper tecnológicas, conservando la licencia para ufanarse de sus logros.
Encontré la llave de mis grilletes disfrazada de necesidad por presentar una última exposición del ciclo. Fácil sería improvisar, después de todo, tengo el curso aprobado y un catorce o quince no me aniquilarán –eso espero-. Un segundo, dos preguntas más acaban de aterrizar en mi impaciente cerebro: ¿Y sino resulta lo suficientemente bueno, es decir, y si me voy de cara? O peor aún ¿Para que escribir, si esa calificación a media caña no me hará repetir el curso? Lo más curioso es que con cualquiera de estos cuestionamientos no llego a ninguna solución.
Aplaudo a Camilo Cruz, autor de “La Vaca”, cuando asegura que el verdadero enemigo del éxito no es el fracaso, sino la mediocridad y el conformismo. ¡Camilo, eres más grande que el Maestro Joda! -que ironía. Estos grilletes simbolizan todo aquello que nos mantiene atados a un país de mediocridad y a la mentalidad de ese perucho conformista. Representa todo lo que nos invita al conformismo y, por lo tanto, nos impide utilizar nuestro potencial al máximo. Aquí, allá, en cualquier parte del globo, existe una gran mayoría que carga –cual ipod- con sus personalísimos tipos de grilletes. Veamos que aprendí del maestro Cruz:
Por un lado, los disfrazados de excusas: pretendemos explicar porqué no hemos hecho lo que debemos hacer. Por otro, los forjados de miedo y pensamientos irracionales: nos mantienen paralizados en un solo lugar y no nos permiten actuar. Por el medio, los rellenos de falsas creencias: desmerecen nuestras propias habilidades, así como me sucedió al inicio. Por último, los que pasean en la cañaza de la gran justificación: hemos hecho uso de ellos mucho tiempo para justificar por qué este país está donde está. Ideas con las cuales tratamos de convencernos a nosotros mismos, y a los demás, que la situación no está tan mal como parece, a pesar de que ya no podamos soportarla ni un interminable minuto más.
¿Viste? ¿Lo notaste? Tu Perú y probablemente tu vida, también, están llenos de excusas. Ahora convertidas en la forma más cómoda de eludir nuestras responsabilidades y, claro, justificar nuestra mediocridad al buscar culpables de todo aquello que siempre estuvo bajo nuestro control. Recibí la tarea de escribir sobre la problemática del país, esa gripe crónica que nos hace estornudar día tras día, mes tras mes, año tras año. Siempre. La política, la economía, la sociedad, todos con influenza. Un refrito, ya para qué.
“Perú S.A.”, esa rojiblanca corporación de la que todos somos dueños, tiene la gerencia más desafortunada del planeta. No soy partidarista, tampoco agnóstico político, pero creo tenerla clara. Somos nosotros quienes los contratamos, quienes votamos. Entonces, cordialmente, te invito a tomar la torta de la responsabilidad y a partir una tajada para tí. La culpa se divide y se invita también.
Si cometiste el gran acto de marcar por los carismáticos faranduleros, caballero, asumiendo no más. Cómicos, cómicos desconocidos, porristas, porristas desconocidas, cantantes, cantantes desconocidas, funcionarios, funcionarios desconocidos y que no funcionan. Todos intentan postular a las cómodas sillas del hemiciclo, sin la documentación previa ni el conocimiento necesario para justificar ese pacto de fe otorgado. Lindo cheque, repugnantemente envidiable. Sin contar los extras, ojo.
Suscribo una teoría: los peruanos tenemos Alzheimer, lo olvidamos todo, seguimos eligiéndolos para apadrinar a esta nación. Acto seguido, nos quejamos cual niños confundidos en los noticieros de la noche. Una tara muy común, un ‘run-run’ ya conocido: “¡No hay trabajo en este país!”, “¡Ese caballo loco nos está hundiendo otra vez!”, “¡Por la culpa de ese Congreso hace frío en nuestra localidad!”, “¡Las llantas de mi taxi reventaron y el culpable es este gobierno!” –una ostra olímpica-. Piensa, nuestras justificaciones poco a poco se van degradando, llegará el momento en que lo absurdo será lo más racional.
Existen grandes verdades en las excusas aplicando la del criollazo. Si buscas una disculpa para exculpar cualquier cosa, ten la plena seguridad que la encontrarás sin la mayor dificultad. Es más, encontrarás a otros como aliados, no importa que tan absurda o irreal sea. Siempre estará tu amigo, el contertulio, ese que se sienta contigo a tomar una chela en el muro afuera de tu casa: “Yo sé cómo te sientes porque a mí me sucede exactamente lo mismo”. Lo peor no es que te sientas mal, lo peor es que una vez dadas reverendas piedras, absolutamente nada cambiará en tu realidad, ni en la de tu vida.
Claro, nunca falta “el realista”, el conocedor, el que todo lo sabe y lo siente. Haz la prueba. Pregúntale a un amigo positivo si es optimista, con certeza te dirá que sí. Ahora, pregúntale al conocido que no te cae nada bien, al de la actitud negativa, que si es pesimista. Te dirá que no lo es, que simplemente es realista. ¡Tremendo looser!.
Acepta que eres pesimista, negativo o amargado, y posiblemente tarde o temprano decidirás que necesitas cambiar y optes por buscar ayuda para hacerlo. Sin embargo, mientras creas que eres realista, lo más probable es que no sientas la necesidad de cambiar. Después de todo, ser realista “es tener los pies sobre la tierra y ver las cosas como son”. O, al menos, así se defienden.
Observa, oye, siente por donde vayas. Los grilletes serán tu sombra a diario. Trepa a un micro, custer, combi colectivo, taxi, mototaxi o lo haya en donde vives. Fíjate bien, vas a encontrar autoadhesivos -por millones- parafraseando una seuda sabiduría mediante supuestas joyas populares. Lo único que logran esas frases es hacer más llevadero el conformismo. Guardafango: “Es mejor malo conocido que bueno por conocer”. Parabrisas –junto al perrito que mueve la cabeza-: “Unos nacen con buena estrella, otros nacemos estrellados”. Y la más brava, la roquita que mamá o profesor nos lanzaban cuando perdíamos las olimpiadas del colegio: “Lo importante no es ganar o perder, sino haber participado”. Ya vieja, paga mi uniforme no más.
Analízalo, nota que no encierran ninguna verdad, sólo son los grilletes populares que nos mantienen atados a las excusas que oportunamente utilizamos para justificar una situación de conformismo. Después de todo, “mal de muchos es consuelo de tontos”.
Ni erudito contemporáneo de la sabiduría espiritual, ni conocedor de las leyes del éxito como Deepak Choppra –el cangri-. No me acerco en lo mínimo, estoy a años luz de eso. La historia es esta: Mi papá, auditor de mucha experiencia con dotes de arquitecto y que se cree chibolo. Mi mamá, educadora matemática de vocación a quién deberían canonizar. Mis hermanas, entre profesoras, contadoras y administradoras. Tres de ellas podrían vivir en un set de televisión de por vida y la restante necesariamente sería la productora. No vive sin dirigir.
Yo, comunicador audiovisual en formación con aptitudes de artista dramático plástico –¡Ja! Titulazo, pero no encuentro forma más resumida-. Detesto los números, los politos con cuello y la ropa ‘de marca’, el peine, los líquidos calientes, la mentira, la formalidad, las poses sociales y el humo –porque me mata-. A veces me deprimo sin explicación, otras me alegro sin las mismas. Soy flacucho, pero guardo la esperanza de pesar más de 70 kilos, al menos en materia gris. Lateo con un mp3 en mi propia película. Maldigo. Tengo un affair vitalicio con el azul eléctrico. Me jodo a mí mismo como nadie –y me río-.
De niño siempre escuché: “Que lindo dibujas, deberías dedicarte a eso de grande”. Y un etcétera infinito de consejos. ¡Stop baby!, pero si soy bueno en ese rubro ¿Necesariamente tendría que dedicarme a eso? ¿Limitarme a un solo espacio? ¿Porqué no lanzarme con otra cosa? ¿Porqué no jugármelas en aprender algo distinto?. Supongamos que soy creativo, pues, si realmente lo soy, tendría que serlo en todo. Y te lo digo en una, que no se diluya tu fe. Si otros creen que lo tuyo no es rentable, con el respeto que se merecen: váyanse un ratito a la mierda. Los queremos todos.
Ya mayor me decían -con trompetas-: “Eres bueno diseñando, es lo tuyo”. Eso podría haber generado unos cuántos grilletes de parálisis, como si mi vida estuviese destinada a ese fin. Casi, casi como si el inoportuno Señor Destino lo hubiese programado desde antes.
En sumas cuentas, la persona saca conclusiones erradas a partir de premisas equívocas que ha aceptado como ciertas. Algo así. Primera Premisa: Siempre me dijeron que soy bueno para dibujar y diseñar. Segunda Premisa: Ya que soy bueno para eso, como ellos dicen, es lo que haré toda mi vida. Conclusión: Dibujaré y diseñaré siempre, aun cuando sepa que tengo otras aptitudes que desarrollar, de todos modos, la gente me apoya.
Efectos más devastadores que esos, imposible. Generalizaciones que nosotros mismos nos hemos encargado de crear en nuestro fuero interno. No te autodestruyas, no crees un círculo vicioso. Tus cachorros podrían copiarlo también y nuestro país -retomando el tema central- seguirá resfriado eternamente. Que no suceda, que no te envenenen, zúrrate en las críticas. Si no resulta como quisiste, no fracasaste; aprendiste y puedes intentarlo otra vez. Enorgullécete de ser un cholo(a) terco(a).
No se me ocurrió mejor cosa que poner en calidad de ratones de laboratorio a mi familia y a mí para este ensayo. Sólo espero que no se enteren tan pronto. Ruego que sirva haber sacrificado su intimidad con tal de haberlo dejado claro y explicar como actúan las complicaciones en tí. Me desprendí del los grilletes de las falsas creencias. Hasta antes de ingresar a la universidad no sabía que podía mandarme con tanta letra en un papel. También sirvo para esto. ¡Oh, yeah!
Dejemos las justificaciones del lado. Basta de excusas como apañadoras de nuestros actos, que Disney se encargue de los cuentos clásicos, nosotros no. El profesional orgulloso: “Al menos tengo trabajo, peor es nada”. El seudo emprendedor: “Alucina que yo sí quiero hacerlo, pero es que no tengo tiempo”. El universitario ganador: “¡Pasé con once, buena!”. El golpeado de por vida: “Si mis padres no se hubiesen divorciado, fácil me hubiese ido mejor”. El MYPE: “Es que en este país no hay apoyo”. El adulto sabio: “Sino lo aprendes de niño, mucho menos de grande”. El cuasi lector: “Me gusta leer, pero nunca encuentro la lectura adecuada”.
Reservo un párrafo aparte para el último, se lo merece. Después de este ya me río de todos, olvídate. La del filósofo con fe: “Si Dios quiere que triunfe, Él me mostrará el camino. Hay que esperar con paciencia.”. Consejo: Créeme, no eres el único al que tienen que mostrárselo, así que anda avanzando hasta que el ticket indique que es tu turno.
Acabo de botar una tonelada de mugre y no fue necesario invitar a un psiquiatra a esta fiesta. Una catarsis de ideas con respecto a mi Perú y su gente resultó ser. Incluyéndome. Resulta irrisorio saber que hay más de veintisiete millones que apelan a la mediocridad como forma de vida.
Quedó claro que hacer el mismo análisis de la problemática nacional, no funciona. Considero tanto importante como práctico el recordar los motivos por los que seguimos atados a lo mismo. Dar pie hacia la abstracción personal, hacia el ejercicio del diálogo interno. Donde en ambos casos, si es preciso, nos demos con fierro al darnos cuenta de que el hombre es el único animal que comete el mismo error dos veces.
Terminando y antes de que muera la tinta, estos grilletes no existen en realidad, porque son agregado mío y los acabo de inventar. Sin embargo no hay duda de que están adheridos a tí. En otras palabras, no son personas, circunstancias reales, ni limitaciones físicas. Por el contrario, son ideas que albergas en tu interior. Identifica los tuyos. Determina las creencias que representan. Diseña tu balanza entre lo positivo y negativo. Revisa las consecuencias que resultarían al deshacerte de eso. Define nuevas actitudes y patrones de comportamiento. Dejar de sentirse jodido es una decisión, pues decide. En caso de no ser suficiente, tómate una 'desahuevina' forte sin agua. Que raspe.
No pretendo cambiar el pensamiento del país entero, no es la intención, no pienso en quimeras. Te lo dije en un comienzo, eres naturalmente inteligente como para darte cuenta de que no podemos continuar viviendo en el subsuelo de nuestro verdadero potencial, siempre apelando a la “Ley del menor esfuerzo”.
Camilo Cruz lo explica al detalle en su libro, cómetelo. Olvidaste el nombre, es probable, se llama “La Vaca”. Entonces, como si fueses una, rúmiate una última máxima: Quizá tengas las mejores intenciones de mejorar al Perú y por lo tanto tu vida. Te consideras capaz por dentro, pero recuerda que no es lo que somos, sino lo que hacemos los que nos define como personas. Mientras puedas justificar algo, no será necesario remediarlo. Si te quedas pensando como antes, ya es tu roche. La diferencia es que yo te lo planteé en grilletes. Y es que no me gusta la leche.
Ni erudito contemporáneo de la sabiduría espiritual, ni conocedor de las leyes del éxito como Deepak Choppra –el cangri-. No me acerco en lo mínimo, estoy a años luz de eso. La historia es esta: Mi papá, auditor de mucha experiencia con dotes de arquitecto y que se cree chibolo. Mi mamá, educadora matemática de vocación a quién deberían canonizar. Mis hermanas, entre profesoras, contadoras y administradoras. Tres de ellas podrían vivir en un set de televisión de por vida y la restante necesariamente sería la productora. No vive sin dirigir.
Yo, comunicador audiovisual en formación con aptitudes de artista dramático plástico –¡Ja! Titulazo, pero no encuentro forma más resumida-. Detesto los números, los politos con cuello y la ropa ‘de marca’, el peine, los líquidos calientes, la mentira, la formalidad, las poses sociales y el humo –porque me mata-. A veces me deprimo sin explicación, otras me alegro sin las mismas. Soy flacucho, pero guardo la esperanza de pesar más de 70 kilos, al menos en materia gris. Lateo con un mp3 en mi propia película. Maldigo. Tengo un affair vitalicio con el azul eléctrico. Me jodo a mí mismo como nadie –y me río-.
De niño siempre escuché: “Que lindo dibujas, deberías dedicarte a eso de grande”. Y un etcétera infinito de consejos. ¡Stop baby!, pero si soy bueno en ese rubro ¿Necesariamente tendría que dedicarme a eso? ¿Limitarme a un solo espacio? ¿Porqué no lanzarme con otra cosa? ¿Porqué no jugármelas en aprender algo distinto?. Supongamos que soy creativo, pues, si realmente lo soy, tendría que serlo en todo. Y te lo digo en una, que no se diluya tu fe. Si otros creen que lo tuyo no es rentable, con el respeto que se merecen: váyanse un ratito a la mierda. Los queremos todos.
Ya mayor me decían -con trompetas-: “Eres bueno diseñando, es lo tuyo”. Eso podría haber generado unos cuántos grilletes de parálisis, como si mi vida estuviese destinada a ese fin. Casi, casi como si el inoportuno Señor Destino lo hubiese programado desde antes.
En sumas cuentas, la persona saca conclusiones erradas a partir de premisas equívocas que ha aceptado como ciertas. Algo así. Primera Premisa: Siempre me dijeron que soy bueno para dibujar y diseñar. Segunda Premisa: Ya que soy bueno para eso, como ellos dicen, es lo que haré toda mi vida. Conclusión: Dibujaré y diseñaré siempre, aun cuando sepa que tengo otras aptitudes que desarrollar, de todos modos, la gente me apoya.
Efectos más devastadores que esos, imposible. Generalizaciones que nosotros mismos nos hemos encargado de crear en nuestro fuero interno. No te autodestruyas, no crees un círculo vicioso. Tus cachorros podrían copiarlo también y nuestro país -retomando el tema central- seguirá resfriado eternamente. Que no suceda, que no te envenenen, zúrrate en las críticas. Si no resulta como quisiste, no fracasaste; aprendiste y puedes intentarlo otra vez. Enorgullécete de ser un cholo(a) terco(a).
No se me ocurrió mejor cosa que poner en calidad de ratones de laboratorio a mi familia y a mí para este ensayo. Sólo espero que no se enteren tan pronto. Ruego que sirva haber sacrificado su intimidad con tal de haberlo dejado claro y explicar como actúan las complicaciones en tí. Me desprendí del los grilletes de las falsas creencias. Hasta antes de ingresar a la universidad no sabía que podía mandarme con tanta letra en un papel. También sirvo para esto. ¡Oh, yeah!
Dejemos las justificaciones del lado. Basta de excusas como apañadoras de nuestros actos, que Disney se encargue de los cuentos clásicos, nosotros no. El profesional orgulloso: “Al menos tengo trabajo, peor es nada”. El seudo emprendedor: “Alucina que yo sí quiero hacerlo, pero es que no tengo tiempo”. El universitario ganador: “¡Pasé con once, buena!”. El golpeado de por vida: “Si mis padres no se hubiesen divorciado, fácil me hubiese ido mejor”. El MYPE: “Es que en este país no hay apoyo”. El adulto sabio: “Sino lo aprendes de niño, mucho menos de grande”. El cuasi lector: “Me gusta leer, pero nunca encuentro la lectura adecuada”.
Reservo un párrafo aparte para el último, se lo merece. Después de este ya me río de todos, olvídate. La del filósofo con fe: “Si Dios quiere que triunfe, Él me mostrará el camino. Hay que esperar con paciencia.”. Consejo: Créeme, no eres el único al que tienen que mostrárselo, así que anda avanzando hasta que el ticket indique que es tu turno.
Acabo de botar una tonelada de mugre y no fue necesario invitar a un psiquiatra a esta fiesta. Una catarsis de ideas con respecto a mi Perú y su gente resultó ser. Incluyéndome. Resulta irrisorio saber que hay más de veintisiete millones que apelan a la mediocridad como forma de vida.
Quedó claro que hacer el mismo análisis de la problemática nacional, no funciona. Considero tanto importante como práctico el recordar los motivos por los que seguimos atados a lo mismo. Dar pie hacia la abstracción personal, hacia el ejercicio del diálogo interno. Donde en ambos casos, si es preciso, nos demos con fierro al darnos cuenta de que el hombre es el único animal que comete el mismo error dos veces.
Terminando y antes de que muera la tinta, estos grilletes no existen en realidad, porque son agregado mío y los acabo de inventar. Sin embargo no hay duda de que están adheridos a tí. En otras palabras, no son personas, circunstancias reales, ni limitaciones físicas. Por el contrario, son ideas que albergas en tu interior. Identifica los tuyos. Determina las creencias que representan. Diseña tu balanza entre lo positivo y negativo. Revisa las consecuencias que resultarían al deshacerte de eso. Define nuevas actitudes y patrones de comportamiento. Dejar de sentirse jodido es una decisión, pues decide. En caso de no ser suficiente, tómate una 'desahuevina' forte sin agua. Que raspe.
No pretendo cambiar el pensamiento del país entero, no es la intención, no pienso en quimeras. Te lo dije en un comienzo, eres naturalmente inteligente como para darte cuenta de que no podemos continuar viviendo en el subsuelo de nuestro verdadero potencial, siempre apelando a la “Ley del menor esfuerzo”.
Camilo Cruz lo explica al detalle en su libro, cómetelo. Olvidaste el nombre, es probable, se llama “La Vaca”. Entonces, como si fueses una, rúmiate una última máxima: Quizá tengas las mejores intenciones de mejorar al Perú y por lo tanto tu vida. Te consideras capaz por dentro, pero recuerda que no es lo que somos, sino lo que hacemos los que nos define como personas. Mientras puedas justificar algo, no será necesario remediarlo. Si te quedas pensando como antes, ya es tu roche. La diferencia es que yo te lo planteé en grilletes. Y es que no me gusta la leche.

4 comentarios:
jaja que bueeena! de donde sacas tanto ejemplo. Tienes mucha razón Roy, vivimos atados a ese tipo de cosas. Lima tiene un nuevo escritor burlón.
Irreverente de primera. Voy a leer ese libro o, como dices, me lo voy a comer.
Escribes muy lindo, me gustaria conocerte ¿eres de Lima no? rosse_81@yahoo.es
LOCO TE PASASTE DE VUELTAS CON ESTO.
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